Las rosas carmín aún estaban en perfecto estado, aunque estuvieran en un florero con agua que llevaba allí meses sin ser cambiada, seguían resaltando en toda la habitación, aunque ahora apenas se notaban por la total oscuridad que reinaba sobre el lugar. La causa: era noche de luna nueva, así que la luz usual que se colaba por la ventana estaba completamente ausente. Yo me encontraba recostado en un sillón observando las perennes plantas, mientras que trataba de dar con la razón por la que no morían.Era evidente que en algún momento expirarían, quizás simplemente vivían más que las rosas normales únicamente por el hecho de que su dueño viviera mucho más que una persona normal, también. Un asunto de relaciones, pero en realidad era imposible descifrar del todo ese secreto. Nimio secreto, así que dejé de preguntarme sobre la existencia de tan insignificante cosa, me levanté y me coloqué frente a una elegante mesa con un candelabro inscrito en el medio, cuyas mechas fueron encendidas en fuego al instante, como que si de magia se tratara.
Por alguna extraña razón las velas encendidas siempre me han transmitido una serie de sentimientos, muy difusos y combinados entre todos, pero por lo general me parece que la luz que emite es tranquilizadora, melancólica y por sobre todo llena de elegancia. El exquisitamente adornado candelabro brillaba a un costado del amplio escenario, remplazando la luz de la luna por una mucho más tenue y romántica, más que brillante y misteriosa.
Me deslicé por el suelo hasta llegar al lado de la ventana, la habitación en la que me encontraba se ubicaba en una de las torres del lugar, la que estaba al frente del oeste, el sitio donde el sol socavaba menos en cualquier momento del día. Coloqué ambas manos en el marco de la ventana y la abrí sin despegar las manos de su posición, me asomé por allí para tratar de identificar a quien sospechaba merodeaba por los jardines. Sabía que se encontraría por ahí, por la cualidad oscura de esa noche en particular.
No me equivocaba, vestía sus mejores ropajes como que si se fuera a unir en eterno amor con la noche, bailaba sola además, causando que su negro vestido se moviera como por cuenta propia, eso le hubiera conferido una apariencia bastante desequilibrada si no fuera ella, pero por ser mi pequeña solo se veía como una joven traviesa y divertida. Aunque las rosas eran rojas y ella iba ataviada de negro, la comparación en mis pensamientos daba un resultado perfecto: ella moriría eventualmente como las plantas, aunque envejeciera más lento por el mismo factor mágico y misterioso que las flores.
Detallé más en la silueta de la joven, pude clarificar mi desagradable sospecha de que ella no salía de su torre únicamente para entrar en una nocturna comunión, al lograr observar otra oscura silueta a unos metros de donde ella se encontraba, de frente se miraron con fijeza y comenzaron a caminar lentamente al encuentro del otro. Comprendí que mi protegida salía en ciertas noches para verse con un mortal que emanaba un exquisito aroma y que la deseaba, según pude ver en sus ojos.
Unos posesivos y enfermizos celos se apoderaron por completo de mí, inconscientemente presioné la madera del marco de la ventana, quebrándola a lo largo y produciendo así un apenas perceptible ruido, que ellos escucharon sobresaltándose pero sin poder dar con el lugar de donde se emanó el sonido, mirando a sus alrededores como unos jóvenes e instintivos hijos de la fauna, curiosos y torpes.
Se veían nerviosos y yo no podía contener mi furioso sentimiento, así que dejé escapar de mi garganta el grito más desgarrador que pude producir. El muchacho dejó de mirar a su admiración, se volvió cortantemente y corrió despavorido por entre el portón entreabierto, mientras que mi pequeña se llevó las manos a su cara, cubriéndola por completo de ellas, para comenzar a llorar trágicamente.
Una roja lágrima surcó una de mis mejillas... sin embargo, no pude sentir nada más que la ira disipándose entre mis razonamientos.
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