Cuando entré a aquellos aposentos no la vi sentada donde usualmente estaba, en los cómodos sillones aterciopelados que rodean las mesitas de vidrio, sobre una de esas delicadas mesas había una taza de té aún caliente, que emanaba vapor de delicioso aroma. Caminé por la estancia para tratar de descubrir el paradero de la joven, inspeccioné cada una de las habitaciones del lugar pero sin éxito, hasta que pude percibir un sonido a distancia media, una especie de sollozos considerablemente sonoros, reconocí la voz de ella en aquellos tristes ruidos que causaba.Provenían de una habitación ubicada a mi izquierda y un tanto adelante, me acerqué a la puerta y abrí el perfectamente tallado cerrojo, tenía minúsculas decoraciones con formas de dragones y otros seres que no pude reconocer, empujé la puerta y entré al nuevo escenario que se me presentaba: se trataba de la sala de pinturas, varios bocetos sin terminar se esparcían a lo largo de aquel pequeño cuarto, ubicados encima de gráciles trípodes de madera.
Ella se encontraba sollozando y llorando vivazmente, sentada en mi silla de madera de roble con un lienzo en sus regazos, pinturas y pinceles en sus manos. Dejaba caer sus lágrimas sin cuidado encima de su creación, distorsionando los retazos que había pintado en el lienzo, arruinando por completo lo que estaba pintando, aunque sin ayuda de sus lágrimas tampoco hubiese podido percibir bien que era lo que dibujaba. Veía mucho verde de varias tonalidades y una figura al parecer humana en el medio del ambiente, parecía ser una mujer perdida en un muy espeso bosque, además la joven retratada en el centro tenía una similitud considerable con ella misma.
No había percibido mi presencia, así que me aproveché de ello y caminé con los pasos más ligeros y suaves que jamás hubiese dado, hasta posicionarme atrás de la adornada silla y extender mis brazos hacia adelante, abrazando cálidamente a la joven a la altura de sus hombros, mis rojizos cabellos cayeron sobre los blancos ropajes de ella mojándose con sus saladas y cristalinas lágrimas, aunque tal nimio acontecimiento no fue nada para mí, me estaba impregnando de su sufrimiento aunque fuese de una manera metafórica, me acercaba a ella para comprenderla mejor.
-Dime pequeña ¿Por qué lloráis en tan hermosa tarde?- Sin dejar de abrazarla giré en dirección contraria a las manecillas del reloj hasta llegar casi al frente de ella, pero no del todo, me arrodillé plácidamente un tanto hacia la derecha de la joven, de frente a la ventana. Solté el abrazo que me mantenía apegado a tan hermosa criatura y con mi izquierda retiré el lienzo y arranqué con dulzura los pinceles y pinturas de sus manos, colocándolos a un lado en una mesa de madera. Luego tomé ambas manos de ella y señalé la ventana, estaba cubierta por completo con una cortina, pero sin importar eso la potencia del sol de aquella tarde se filtraba por las telas, llegando la calidez hasta nuestros rostros y la luz hasta nuestras vistas.
Cuando ya no estaban esas maltrechas pinturas en medio de nosotros, la joven sollozó aún con más intensidad y se lanzó a mis brazos, yo la recibí con éstos abiertos y le entregué nuevamente el más dulce abrazo que mi frío ser pudiese brindarle. Me deslicé con suavidad hasta tomar asiento en la silla donde estaba ella con anterioridad, iniciando una serie de pequeñas caricias a su rostro, limpiándole con mis helados dedos las cálidas lágrimas que no cesaban de recorrer sus perfectas mejillas de porcelana.
-Las pequeñas como tú no deberían llorar así, dime ¿Qué es lo que sucede?- la miré con una mirada que denotaba preocupación y una pequeña sonrisa dibujada en mi expresión, para tratar de reconfortarla con un gesto amigable.
-No los quiero ver juntos, me lastima, yo sé que ella le hará daño a él… y yo lo quiero mucho, si tan sólo pudiese advertirle, si lo de ellos no fuera verdad- Se aferró como un pequeño gato a mis ropajes y lloró de nuevo, arruinando todo el trabajo que me había tomado limpiar su hermosa piel, soltó luego una de sus manos y la colocó en el centro de su pecho, como que si algo le causara dolor, una afección muy fuerte que la lastimaba con cada segundo que transcurría.
-Me duele aquí… presiento que estamos bajo el control de una bomba de tiempo y que de un momento a otro algo muy malo ocurrirá y yo, tan inútil como soy, no podré hacer nada al respecto- Yo la miraba atónito, no tenía idea de cómo su mente albergaba tales ideas, pero por la forma en la que expresaba lo que sentía parecía ser algo verídico, como que si esos hechos concretos fuesen realmente a ocurrir, algo más premonitorio que caprichoso. La estreché entre mis brazos una vez más, susurrándole lentamente que durmiese, que todo estaría bien una vez que despertara y poco a poco ella se fue entregando al sueño y sus lágrimas se fueron secando en el lienzo de su rostro.
Esta historia, sin embargo, no continuará hasta que los hechos que la joven advertía ocurran.
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