sábado, 24 de enero de 2015

Templo de la derrota

Heme aquí en este templo, clamo tu ayuda en un lamento, ya mis mares se han secado y tu lápida no mira más entierros. ¿Si mis verdes ojos presencian la caída de las aves, su desmentido vuelo eterno, sus gruñidos, sus gemidos, su grisácea fusión con el cielo? Ese cielo desgranándose sin miras a recuperarse de nuevo, y aunque cada día clame el sol por su hierro, llega siempre ella, apaciguante, a afilar su argentado armamento.

¿Me pides esperanza aun sabiendo todo esto? Si tu voz ya no es la tuya, y si lo fue no lo recuerdo. Mas tampoco mía es, ni lo será en ningún intento, los cielos se abren y su voz retumba en los sentidos del universo, ¿quién eres tú para creerte de mis facultades dueño? Y a su vez la voz escucha una aún más prominente, reclamando por lo mismo desde el lecho de su muerte, ¿muerte acaso para él, para nosotros, para ellos? Los mortales tememos en nuestro efímero parpadeo, que creados hemos sido con arcilla y un espejo, ¡y la arcilla se erosiona y el cristal no es perpetuo!, ¿cómo te atreves a creerte de mis facultades dueño? Del sueño me despierto, y a mi lado no te encuentro, y la voz, aún en mis oídos, me causa descontento.

Mi dorado pincel roba de la escultura de tus labios la poesía de tus sueños. Y los ríos se desbordan y de mí mismo ya no soy dueño, porque tampoco lo soy de ti, ni de mis manos, ni mi cuerpo. A la distancia los gritos enfurecidos me atacan como fierros, los reclamos se clavan una vez más en todos aquellos cuerpos, es de nuevo ese Dios, cneloso de lo nuestro.

¡Qué se creen! Prorrumpió, ¡El Supremo Hacedor soy yo! Pero no, él se equivoca, y con sangre pagaré mi derrota, porque tú, amado mío, me has enseñado otra cosa, quizás la mía no, mas tu invención, al Todopoderoso provoca. Que sufra, que llore, que deje llover todo el mar de Europa, porque de sus manos se ha escapado el carmín de su obra y su rojo más intenso, al tuyo nunca toca.

No temo confesarlo, ladrón soy, y ante ti proclamo mi verdad sin miras de redención: he robado el cuerpo en el que habito, su piel, su mente y su espíritu. Si me culpas, terco eres, aunque Él te envidie, sabes que engendrar no es crear, y que ya nada se puede idear. Tu dorado podrá encandecer el firmamento, ¡pero en mi lienzo aquel color jamás lucirá menos auténtico! Copia soy, de la copia, del plagio al ser Supremo, ¿Cómo negar que Él, de nuevo, discuta con los nuestros, las mismas palabras en su boca, las mismas mías de las que no soy dueño?, ¿Y si luego del infinito no siguiera el infinito?, ¿y si luego del averno, se extinguiera lo eterno?

Heme aquí jugando contigo, porque eso es lo que quiero, mis manos no te miran, mis ojos no te tocan, etéreo eres, como aquellos seres que me odian, pero tú tuviste un cuerpo, una razón, una sustancia, y mi ser reclama por ti, aunque no acorte la distancia. ¿Quién soy yo para negarte?, ¿quién soy yo para adueñarme de tu vida, de tu obra, de tu prosa profanada? La ambivalencia me domina y a sus fauces me arrastra, me tritura, me desmenuza y con mis dese(ch)os se arrambla. Una noche como ésta, volaste a mi ventana, y una noche diferente, donde el cielo se desgrana, vive siempre, con un graznido, el granate de tu llama, aunque ya no estés aquí, y me falte por siempre el alba.