Heme aquí en este
templo, clamo tu ayuda en un lamento, ya mis mares se han secado y tu lápida no
mira más entierros. ¿Si mis verdes ojos presencian la caída de las aves, su
desmentido vuelo eterno, sus gruñidos, sus gemidos, su grisácea fusión con el cielo?
Ese cielo desgranándose sin miras a recuperarse de nuevo, y aunque cada día
clame el sol por su hierro, llega siempre ella, apaciguante, a afilar su
argentado armamento.
¿Me pides esperanza aun
sabiendo todo esto? Si tu voz ya no es la tuya, y si lo fue no lo recuerdo. Mas
tampoco mía es, ni lo será en ningún intento, los cielos se abren y su voz
retumba en los sentidos del universo, ¿quién eres tú para creerte de mis
facultades dueño? Y a su vez la voz escucha una aún más prominente, reclamando
por lo mismo desde el lecho de su muerte, ¿muerte acaso para él, para nosotros,
para ellos? Los mortales tememos en nuestro efímero parpadeo, que creados hemos
sido con arcilla y un espejo, ¡y la arcilla se erosiona y el cristal no es
perpetuo!, ¿cómo te atreves a creerte de mis facultades dueño? Del sueño me
despierto, y a mi lado no te encuentro, y la voz, aún en mis oídos, me causa
descontento.
Mi dorado pincel roba
de la escultura de tus labios la poesía de tus sueños. Y los ríos se desbordan
y de mí mismo ya no soy dueño, porque tampoco lo soy de ti, ni de mis manos, ni
mi cuerpo. A la distancia los gritos enfurecidos me atacan como fierros, los
reclamos se clavan una vez más en todos aquellos cuerpos, es de nuevo ese Dios,
cneloso de lo nuestro.
¡Qué se creen!
Prorrumpió, ¡El Supremo Hacedor soy yo! Pero no, él se equivoca, y con sangre
pagaré mi derrota, porque tú, amado mío, me has enseñado otra cosa, quizás la
mía no, mas tu invención, al Todopoderoso provoca. Que sufra, que llore, que
deje llover todo el mar de Europa, porque de sus manos se ha escapado el carmín
de su obra y su rojo más intenso, al tuyo nunca toca.
No temo confesarlo,
ladrón soy, y ante ti proclamo mi verdad sin miras de redención: he robado el
cuerpo en el que habito, su piel, su mente y su espíritu. Si me culpas, terco eres,
aunque Él te envidie, sabes que engendrar no es crear, y que ya nada se puede
idear. Tu dorado podrá encandecer el firmamento, ¡pero en mi lienzo aquel color
jamás lucirá menos auténtico! Copia soy, de la copia, del plagio al ser Supremo,
¿Cómo negar que Él, de nuevo, discuta con los nuestros, las mismas palabras en
su boca, las mismas mías de las que no soy dueño?, ¿Y si luego del infinito no
siguiera el infinito?, ¿y si luego del averno, se extinguiera lo eterno?
Heme aquí jugando
contigo, porque eso es lo que quiero, mis manos no te miran, mis ojos no te
tocan, etéreo eres, como aquellos seres que me odian, pero tú tuviste un
cuerpo, una razón, una sustancia, y mi ser reclama por ti, aunque no acorte la
distancia. ¿Quién soy yo para negarte?, ¿quién soy yo para adueñarme de tu
vida, de tu obra, de tu prosa profanada? La ambivalencia me domina y a sus
fauces me arrastra, me tritura, me desmenuza y con mis dese(ch)os se arrambla.
Una noche como ésta, volaste a mi ventana, y una noche diferente, donde el
cielo se desgrana, vive siempre, con un graznido, el granate de tu llama,
aunque ya no estés aquí, y me falte por siempre el alba.

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