lunes, 11 de julio de 2011

Crisis

La mañana transcurría tranquila, como cualquier otra, últimamente los días resultaban ser tan parecidos entre sí que era difícil ubicar el día de la semana en el que nos encontrábamos. Me mantenía concentrado en el ordenador, tratando de enfocarme en cualquier tarea sencilla y monótona para no dar cabida a los pensamientos deprimentes que asediaban a mi razón. El trabajo de hoy era irónico, precisamente organizaba todos los archivos que tenía en la máquina, para que la búsqueda fuera más sencilla a futuro. “Ordenaba” la información, como que si fuese un ordenador, he ahí la ironía que encontré y que me hizo esbozar una ligera sonrisa que me obligó a detenerme del aburrido quehacer.

Giré un poco la silla a mi izquierda con el impulso de mi propio peso, observando fijamente a mi compañero de trabajo que parecía esclavizado por la tarea aburrida que desempeñaba en esos momentos, tecleaba con una mano y con la otra jugaba distraídamente con un marcador azul. La verdad es que no teníamos mucho en que desempeñarnos en estos tiempos, la crisis había carcomido las más blandas y profundas entrañas de la economía, la gente no tenía interés alguno en contratar a unos tipos como nosotros y pagarles una buena suma de dólares para que empleáramos una ciencia inexacta que no era fructífera en todos los casos. Quizás estaban tan ocupados procurando conseguir algo de comida como para darle importancia a los espectros que les perturbaban.

Como mi amigo ni siquiera se enteró de que lo observé largo tiempo durante mi reflexión, me volví de nuevo a mi computador, revisando la carpeta que contenía archivados todos los casos pasados. En ocasiones es interesante leer las investigaciones de antaño, es como tomar un viejo diario entre las manos y comenzar a ojearlo, lo que nos permite revivir momentos de nuestros días pasados, experimentar de nuevo la emoción de un misterio ya resuelto, específicamente cuando se trataba de releer esos archivos. Pero mi método de escape fue interrumpido por el repentino sonido que emitió el teléfono aposentado en mi mesa de trabajo, una llamada telefónica, hace muchísimo que no escuchaba el ruido que emitía el aparato, me extrañé, me sobresalté y luego atendí con toda naturalidad.

-¿Sí, buenas?- Pude notar el alboroto que causó mi compañero en la mesa contigua, soltó el marcador haciendo que girara por el escritorio de madera hasta caer en el suelo, me miraba con una sonrisa de idiota mientras que yo le dedicaba un ligero gesto de alegría de mi parte, se notaba a leguas que la llamada lo había emocionado sobremanera. La voz al otro lado del auricular era la de una mujer que tenía una dulce tonalidad en sus vocablos, pero a la vez parecía estar muy nerviosa. ”Un caso nuevo” pensé para mis adentros, pero poco me faltó para exclamarlo cuando la femenina voz me indicó que deseaba que la visitáramos, que pagaría lo que necesitáramos con tal de que le ayudáramos con el mal que la acechaba.

-Bien ¿Podría darme su dirección, por favor?- Tomé un trozo de papel cercano y me incliné un poco hasta tomar el marcador que mi compañero había dejado caer, ya que ahora se encontraba muy cerca de mis pies. Anoté la dirección que la joven me dictó y luego se la leí para confirmar que la había apuntado correctamente.

–Ya que vive bastante cerca de donde nos encontramos en estos momentos, es probable que pasemos hoy mismo a visitarla, señorita… Disculpe ¿Cómo es que se llama?- Debajo de la dirección anoté el nombre que la cliente me dijo y luego me despedí agradeciéndole para después llamarla por su nombre.

-Excelente… tenemos trabajo luego de tantos días, pensé que nuestro negocio se estaba aproximando cada vez más a la inminente quiebra- Mencionaba a mi atónito compañero, para luego pasarle el papel en el que estaba toda la información para comenzar con el nuevo caso. No podía dejar de pensar cómo era la joven que nos había llamado, ni con qué clase de problema cargaba, estaba ansioso de proceder con el asunto y se lo comuniqué a mi acompañante, que asintió con un movimiento de su cabeza, apuró su café y se puso de pie junto conmigo.

Apagamos los ordenadores y tomamos los maletines con los utensilios e instrumentos necesarios para la ocasión, estaban ya listos desde hace días, inclusive una capa de polvo había cubierto la piel que los protegía. Una vez hecho esto salimos de la improvisada oficina y la cerramos con llave, bajando las escaleras externas que llevaban al parqueo en el que se encontraba mi auto, solitario con todo el espacio a su alrededor sólo para él, no mucha gente andaba en automóviles últimamente, probablemente debido al precio exorbitante de la gasolina. Suerte la mía de haber comprado el transporte eléctrico aunque me haya costado tanto dinero en aquellos momentos, por lo menos podía trasladarme privadamente y no compartir asientos con gente que comía pollo frito durante el viaje…

El día estaba frío pero sin llegar a lo lluvioso, la espesa neblina era lo prominente en la ciudad, las luces de los pocos autos se veían difuminadas en la niebla. Días así eran mis predilectos, hecho que me motivó aún más a emprender la nueva aventura y los diferentes retos que tal suceso implicaba, dichoso era de sentir realmente amor por mi trabajo.

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