Su mirada se desviaba con constancia al reloj que sostenía ya en su mano, porque el impulso de verificar la hora era en ese momento tan incontrolable que resultaba incómodo acomodar y extraer compulsivamente aquel objeto mecánico del bolsillo. Una vez más la hora de reunión había sido sobrepasada, pero no por unos cuantos minutos, sino por un período que dejaba en duda el hecho de que realmente apareciera en el lugar acordado. Finalmente su paciencia se desbordó y dejó caer el aparato en el bolsillo, donde se revolvió hasta adaptarse a la forma de su más usual recinto y allí posarse cual ser viviente en su lugar de descanso.Si se mantenía más de pie en ese lugar, solo con sus pensamientos que saltaban de un tópico a otro sin control y sin lograr resoluciones o acuerdos entre las diferentes conexiones, iba a desesperarse en su propia agonía, agobiado por su particular forma de pensar. El aburrimiento y la falta de ocupación son sin duda los peores enemigos, provocan divagaciones indeseadas que recorren los rincones más oscuros y profundos, esos que no se desean visitar y de los cuales jamás se podrá obtener algo que destelle la más mínima alegría o positivismo.
Por eso siempre había intentado entretenerse con la más mínima cosa, mantener atada su mente a alguna actividad por más mecánica que fuera, pero preferiblemente analítica, imaginativa o intelectual, pero nunca reflexiva sin causa. Sin embargo, esperar era lo más aburrido que podía suceder, no había escapatoria viable. No había nada a su alrededor que pudiese brindarle la más ínfima entretención y lo rodeaban únicamente desconocidos que, a su parecer, eran personas superficiales o poco interesantes que por sobre todos los inconvenientes, no conocía.
Su enguantada mano diestra se dirigió al bolsillo que resguardaba el mecanismo indicador de la hora, pero antes de entrar en contacto con la tela recordó que lo había guardado para bien, para evitar su compulsiva actitud que no le beneficiaría. De todas maneras tenía una magnífica percepción del tiempo y aunque no viese la hora sabía que su acompañante de aquel día se había retrasado ya por aproximadamente una hora y media, era muchísimo más de lo aceptable.
Empezó a preguntarse qué le habría sucedido, las razones por las que pudo atrasarse, posibilidades existían muchas pero resultaban ser considerablemente limitadas las variables: tráfico, atrasos para salir de su lugar de habitación, algún encuentro inesperado con alguien que no había visto en años, una eventualidad, un accidente, tantas cosas hermosas o trágicas, pero todas poco convenientes para su persona. Cuando dejó de pensar sobre aquello, la sombra de indecisión y desesperación se aposentó de nuevo sobre él, comenzó a caminar de un lado a otro observando todo a su alrededor, notando detalles de las más insignificantes cosas y personas por el mero hecho de que nada mejor podía hacer, sin embargo analizar porque no queda opción era una de las cosas que su mente consideraba como más denigrantes.
Para ese entonces, las manecillas habían dado muchísimas más vueltas, tantas que finalmente, movido por un impulso inerte, se retiró del lugar para dirigirse a cualquier otro donde no pudiese toparse con su supuesto acompañante de ese día. Cuando iba doblando la esquina apareció su compañero por la otra, llegando al lugar de encuentro un minuto después de la partida del otro, preguntándose porque no se encontraba aquel y con las palabras en la boca que en teoría explicarían la razón de su tan dramático atraso. El acompañante atrasado terminó sintiendo furia al darse cuenta de que el otro no estaba, pensando inexorablemente que ni tan siquiera se había aparecido por el lugar en lo que llevaba del día.
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