lunes, 11 de julio de 2011

Vicious

Como que si fuese movido meramente por el instinto o el deseo, aquel ente propagador de constante oscuridad se había levantado del diván situado en su lujoso apartamento, colocó la copa contenedora del más glorioso elíxir de la lujuria en una mesa aledaña y emprendió su camino a la salida del recinto. Ya iba ataviado con prendas aptas para la ocasión, siempre lo estaba, ya que bien definido era para él ese modo extravagante pero atrayente de vestirse. Un ligero antojo irrumpió en su mente al observar una bien tallada botella inmediatamente delante de su persona, tomando las llaves con destreza y mientras rodeando el perímetro del contenedor de aquella bebida con la otra mano, dio un trago largo que fue interrumpido justo cuando una sonrisa se hacía presente en su expresión, en ese instante la devolvió a su lugar con un tanto menos de peso. Su rostro se mostraba algo más plácido ahora e inclusive lucía más apuesto.

Abrió la puerta mientras que hacía girar el llavero, haciendo que bailase acompasadamente en su índice, dirigiéndose a su automóvil para encaminarse a su destino, abrió la puerta de éste y se sentó con toda naturalidad en el cómodo asiento del conductor. La diferencia en el tono del ronroneo del motor anunció a su dueño que ya era el momento adecuado para partir. El deportivo de matices oscuros, que lucía entre elegante y siniestro, abordó la carretera con rapidez logrando una sólida aceleración digna y alcanzable únicamente por costosos y lujosos automóviles, de esta manera el joven que conducía llegó a la dirección deseada casi que en tiempo récord, desplegando estilo únicamente con la apariencia del vehículo que utilizaba, sin tomar en cuenta su apariencia que era ocultada por el poralizado de los vidrios.

En esa ocasión había decidido visitar un club distinto al que frecuentaba, su perfecta silueta combinaba a la perfección con el cielo sin estrellas y desprovisto de la luz lunar, siendo las tinieblas quienes reinaban sobre todo lo viviente e inerte en aquel momento. Los ojos claros y penetrantes del demonio que adornaba la nebulosidad de la noche, brillaban en soledad, inigualables y majestuosos, se desviaban caprichosamente gustosos al observar una figura ajena que fuera de su agrado, mientras que se adentraba más entre los cuerpos humanos, los cuales estaban poseídos por una necesidad insaciable de moverse al ritmo de las melodías, una filarmonía que se elevaba por sobre todos los gustos de aquellas personas.

Sus dedos aprisionaron el cerillo que luego dio paso al vicio, con una llama que no gozaba de tanto brillo como aquellos malévolos ojos que se iluminaban con su efímera luz, el humo se esparció a su alrededor, confundiéndose con los aromas y mezclándose con el resto de la niebla que inundaba el lugar, sofocando y embriagando a los que se encontraban inmersos en la magia que producía tan viciado aire. Apenas cuando comenzaba a disfrutar del nuevo placer brindado por su adicción, el regocijo se hizo presente ante su visión con muchísima más fuerza que anteriormente, opacando la satisfacción que le producía todo lo que lo circundaba. Una exquisita efigie femenina se contoneaba ante él, completamente ignorante de la presencia de tan opulento, poderoso y por sobre todo atractivo ente. El llamado que el cuerpo danzante hacía al portador de tan particulares facciones, era superior en demasía al que emitió la botella de licor en la mesa de su diván, con anterioridad.

Con sutileza él se acercó a la fémina, tomando el cigarrillo de sus propios labios y dejándolo caer en el suelo, donde fue apagado por el contacto y el peso de su calzado, después espiró el humo de su interior precisamente en el rostro ajeno, perfumándolo con el aroma de la canela y el chocolate, el símbolo universal del deseo indomable que ardía en su interior se hacía presente ante la joven de perfectas curvas y rostro seráfico. Cual una hipnotizada, ella, embargada por el interés en la que el pérfido ser la había inducido, comenzó a bailar con toda la pasión y la insinuación que le era posible ante él, a lo que el infame ente impuro simplemente sonreía complacido.

Sus filosas uñas se posaron en el delicado y fino cuello femenino, estando de espaldas a ella la apegó a su cuerpo, sus garras se hundían poco a poco en la carne ajena sin llegar a dañarla, deteniéndose únicamente cuando ella dio un profundo grito de entre placer y dolor, que desató una serie de consecuencias agradables para él, como el gusto de saborear los dulces labios virginales de su presa. Él sabía que esa era la primera vez en la que la ingenua joven tenía la osadía de acudir a tan peligroso y palpitante lugar, vaya suerte la de ella, había sido la elegida para alimentarlo a él de todo el deleitante gozo que fuera necesario para satisfacerlo.

Entre apasionados encuentros de sus inquietos labios fueron abandonando el bullicioso lugar, en dirección al auto, rumbo al libidinoso apartamento donde esperaba ansioso el espíritu de la lujuria para poseerlos por completo.

0 comentarios:

Publicar un comentario