sábado, 10 de septiembre de 2011

Sick of Life

Habían pasado ya las tres de la tarde, cuatro horas habían transcurrido desde que se había propuesto la meta inicial, pero había ido postergando el momento esperado hora con hora, comenzando al decirse a si mismo “Será a las 12, en ese momento lo haré”. Recostado se encontraba en la pared adyacente a la ventana, con su cuerpo iluminado por los rayos de diversas tonalidades gracias a la luz que se filtraba por el ventanal. En aquel preciso instante la luminiscencia había disminuido considerablemente, quizás debido a la aposentación de una nube en los lindes del terreno, seguido de esto unas cuantas gotas más grandes de lo normal comenzaron a golpear los vidrios con una fuerza algo desmedida, tal hecho causó, inclusive, que aquel percibiera el cambio de luminosidad y levantara la cabeza, observando hacia el cielo nublado, con sus ojos vidriosos.

Después de muchas horas de haber mantenido esa posición decidió levantarse, apoyándose en el marco de madera que encuadraba el pequeño mirador, casi que podría asegurarse que sin ayuda del impulso jamás hubiese podido moverse de ese lugar. Una vez de pie miró brevemente hacia afuera, observando los automóviles pasar del tamaño de carros de juguete en las calles, su apartamento quedaba en una planta bastante alta del edificio. Volvió la cabeza hacia la mesa del comedor, rápidamente, como que si le indignase algo de lo que vio a través cristal, extraño era que no le irritase ver el sinnúmero de diferentes sets de pastillas para tratar todo tipo de problemas: anomalías cardíacas, resfríos, gastritis, pero por sobre todas esas predominaban las de depresión, de todos colores, tamaños y formas, así como distintos nombres bastante complicados.

En la misma mesa se podía apreciar la presencia de dagas, cuchillos de cocina, navajas para rasurarse, puñales… algunos de ellos tiznados de unas cuantas gotas de fluido carmesí, todos desperdigados al otro lado del mueble de madera. No se había decidido por un método conciso, así que colocó todas las armas posibles frente a él para tomar una decisión y eso le había tomado cuatro horas y unas cuantas pruebas que implicaban alguna que otra cortada en los dedos para probar el filo, beber ciertas pastillas combinadas para confirmar los efectos con dosis bajas, pero mayormente gastó su tiempo sentado debajo de la ventana en un letargo causado en parte por los medicamentos mal empleados, así como por la pesadez de la decisión que estaba tratando de tomar.

La ventana era una tentación más, pero no era ese su estilo, el de una persona tan tímida como él, el hecho de tirarse por ahí y quedar dios sabe cómo cuando al fin llegara al pavimento. El escándalo sería tal que ni estando muerto podría soportarlo, así que los métodos tranquilos le atraían más, a menor violencia mayor seducción presentaba el procedimiento. No sabía que pensar sobre el engaño fascinante de la vida definitiva después de la muerte, tampoco sobre los castigos que las religiones romanas le endosaban al suicidio, pero todas esas implicaciones poco le interesaban, no le apetecía seguir viviendo luego de ese momento, era por ello que había llegado a tal extremo, para no continuar con aquella ridiculez. Así que ¿Acaso importaba lo que sucediera después? Si es algo similar es despreciable, si fuese un castigo sería algo problemático, pero improbable después de todo.

Qué desgracia había sido darse cuenta del poco sentido que la existencia poseía aún estando tan joven, recién tenía ese apartamento que ya podía pagar con su salario, sin depender de sus mezquinos padres que con costos lo alimentaban cuando aún era niño y dependía substancialmente de ellos. A pesar de haberse separado ya de sus progenitores, que era lo que había anhelado durante toda su adolescencia (pensamientos que endulzaban su existir como exquisitas golosinas efímeras pero gratificantes), no significaba nada ahora. Lograr su amada meta lo había hecho ver que lo perseguido no era más que un paso más hacia la desesperanza y la monotonía, ahora no tenía nada que lograr, nada que engañara su mente con el pretexto de que al lograrlo sería feliz. Ahora era cuando debía ser feliz y no había nada más lejos de la realidad.

Solía recordar que un gran porcentaje de los casos de suicidio eran llevados a cabo por problemas amorosos o por no lograr cumplir las veneradas metas, sin embargo él ya era profesional y además poseía una pareja desde hace muchísimo tiempo, a la que se podría decir, amaba. Estaba en su punto idílico, en la cúspide de la vida de un joven, pero la inapetencia por su existir predominaba. Sin embargo él mismo estaba consciente de que no se podía llamar alguien que tuviese coraje, porque si así fuese, no hubiese tardado tanto en escoger, tan sólo, una forma para quitarse la vida. Pero en el tiempo que se había encontrado recluído en la habitación, en soledad con sus pensamientos, había llegado ya a una conclusión que era preciso llevar a cabo.

Bordeó la mesa tocando la madera con todos los dedos de su mano izquierda, como saboreando con el tacto la contextura que presentaban los leños trabajados, como despidiéndose de tales sensaciones mundanas. Tomó con la otra mano la daga que había comprobado tener más filo, la que precisamente estaba más manchada de su propia sangre y, armándose de valor y despachando toda la cobardía que albergaba su mente, perforó en la muñeca de su mano contraria con toda la fuerza que pudo sacar de su corazón, de manera vertical y luego con otro movimiento rápido de manera transversal, desgarrando de una manera excesiva y hasta grotesca la piel que recubría sus delicadas venas.

Dejó caer el punzante objeto en el suelo y se agachó en el mismo, colocándose seguidamente en posición fetal y cerrando los ojos con toda la energía que aún retenía, no deseaba ver la sangre ni nada que pudiese atormentarlo en los últimos momentos, no anhelaba tener la mente llena de pensamientos contrariados. Simplemente la decisión estaba hecha y ahora sólo faltaba esperar a que la pérdida de sangre lo hiciera entrar en un sueño tan profundo, un sueño como cualquier otro, pero que finalmente le arrancaría la vida antes del final del día.

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