Entre lágrimas me preguntaba, unos minutos atrás ¿por qué a veces deseo estar muerto?, ¿por qué si a veces deseo estar muerto, cuando estoy vivo sigo exigiéndome, continúo albergando la esperanza de ser feliz?, ¿por qué no puedo simplemente aceptar que estoy muerto en vida?, ¿acaso la vida y la muerte son tan incompatibles?, ¿no pueden ir de la mano? Yo, tan cobarde, no puedo arrancarme esta fútil existencia, por temores humanos, nada más que eso. Y yo, tan soberbio, tengo mis arranques de inspiración en los cuales me creo capaz de lograr lo inimaginable. Detestada ambivalencia, variabilidad, inconstancia ¿por qué no soy capaz de mantener un pensamiento fijo? Las ideas en mi mente luchan entre sí, unas claras, unas oscuras, pero sin jamás llegar a la conciliación.
Por unos instantes pensé tener compañía, abrí la puerta y donde visualizaba una silueta: No había nadie. Le diría que me sentía triste, mientras me enjugaba las lágrimas. ¡Que fuésemos a conseguir un cigarro o un café, o un cigarro con un café! Quizás así podría despejarme y al concluir el pequeño paseo, sería capaz de concentrarme nuevamente en mi diario vivir, alejaría todo fantasma de las reflexiones pesimistas que poblaban mi razón. Pero, como mencioné anteriormente, no era más que una ilusión. Esto ya se me está saliendo de las manos ¿qué estado extremo es éste, en el que siento presencias donde no las hay? Daría la mitad de mis recuerdos a cambio de un poco de independencia, daría la otra mitad a cambio de un puñado de amigos imaginarios que me harían prescindir del contacto humano real. Y así, borraría mis memorias y sería autónomo, casi alcanzando la perfección.
Entre todo aquel caos ocurrido hace poco, recordé que hay una ventaja en llorar, aparte de la más conocida (aquella en la que la pesadumbre es vertida fuera de nuestro cuerpo en forma de salinas gotas). Una casi morbosa curiosidad me ha embargado en múltiples ocasiones: mientras sollozo o justo después de que he terminado de hacerlo, me asomo al espejo y miro mi rostro. Detrás de la humedad y del carmesí-esmeralda de mis ojos, veo belleza, una muy trágica, pero por la misma razón pasa de ser encanto hasta casi convertirse en sublimidad. Quizás va de la mano con la teoría purificadora, ya que al librarse de la aflicción, el cuerpo agradece mostrándose radiante. De todas formas es un misterio que jamás comprenderé, misterio será y mejor así.
Las campanadas a la distancia me hicieron despertar del letargo, del estado casi opiáceo en el que tanta miseria auto infligida me había dejado. Continúo solo entre cuatro paredes, pero de un momento a otro logro distinguir un rayo de luz a la distancia. Al fin y al cabo soy un humano, nada más, que necesita de ciertas drogas que puedan librarlo del dolor, en esta tarde no necesité de las más convencionales, sino de una que había dejado hace tanto tiempo hasta el punto de haber olvidado su efectividad. No he cambiado, sigo siendo el mismo, las mismas armas continuarán surtiendo efecto en mí, así como las mismas medicinas.
29/04/2012
Señor, es normal que en los momentos de soledad uno piense cosas muy pesimistas. Yo en mi caso no puedo estar un momento solo cuando me carcome la necesidad de tener contacto con mi fallecido tío.
ResponderEliminarSon momentos de racionalización a su punto más grande. Donde uno cuestiona eventos del presente, reflexiona del pasado y especula del futuro.
Son momentos necesarios para fortalecerse como ser. Todos necesitamos un poco de tiempo para nosotros mismos.