De ésta, tu castísima y adorada hermana
Para absolver, al fin, tu recelosa afrenta
Aquella que atañes únicamente a mi demencia?
Si mi sacro honor mancillado jamás se vio
Por la efigie del hombre que mi corazón amó
¿Era necesario, entonces, acudir al engaño
Y con tu lira alejarlo por siempre de mi mano?
Prometí, quizás, nunca mi virtud perder
Mas un compromiso con mí misma ha de ser
¡Justificado está, seguramente replicarás
Somos uno solo y al morir yo, tú perecerás!
Una isla emergió en nuestro nombre
Y de nuestra madre compartimos vientre
¡Mas recuerda que mis manos, ahora manchadas
Fueron los instrumentos de tu celestial llegada!
Utilizando las tuyas guiaste mi impecable arco
Y la saeta mortífera con su resplandor dorado
Mi orgullo nunca degradado intentasteis herir
Haciéndome, de mi cérvida serenidad, desistir.
Ahora, sin moverse, yace él entre mis brazos
Sereno, impávido, hasta dichoso en mi regazo
Soñando con las albas que vivió a mi lado
La caza, la confidencia y el amor que le he brindado.
¡Venid, amnisíades, acompañadme en mi pesar
Convirtamos el hermoso firmamento en un altar!
Donde la más brillante estrella jamás opacará
La luz del mortal al que la luna siempre amará.
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