sábado, 24 de noviembre de 2012

Corona solar

“¡Ah, divino doctor!
No me des nada. Tengo tu veneno,
tu puesta de sol
y tu noche de luna y tu lira,
y tu lírico amor”.
Rubén Darío

Hoy era el día. Desde hace un tiempo no podía evitar pensar en esta fecha, la anhelaba de cierta manera, aun si no tuviese alguna actividad planeada para este momento. Mis ánimos en los recientes días habían cambiado excesivamente, me sentía hasta volátil por las variaciones de parecer constantes, de un alba a otra; en retrospectiva, me hubiese podido encontrar aceptando opiniones completamente opuestas, no ajenas, mías, aunque contradictorias entre sí. Incluso antes de ese período, en una época de actividad en el imperio, no tanto bélica, pero sí de planeamiento, mi mente se encontraba distraída con el día a día, no importaba nada más que levantarse por la mañana, temprano, e ir con la mente fresca a poner en práctica todo lo enseñado por nuestros sabios mentores: fusionar los conocimientos teóricos con lo que habíamos aprendido en la praxis, en la batalla. Todo aquello me había dejado sin sentires, sin pesares, siendo uno con la cotidianidad.

Mas ahora la calma reinaba y yo pasaba mis jornadas dedicado enteramente al ocio y, a pesar de que suene contradictorio, tanta inactividad me había sacado de la monotonía. Disponía de más tiempo libre del que desearía, como suele ocurrirme, en vez de atiborrar mi agenda con millares de distracciones, prefería pasear por allí y perderme en mis pensamientos. Normalmente sonaría como un escenario idílico, no obstante me encontraba solo y ese hecho siempre me ha arrastrado a rincones oscuros del pensamiento: a lugares fríos y pesimistas, a laberintos de los cuales nunca he podido salir si no es con la ayuda de él, pero él se encontraba indispuesto desde hace unos meses. Consejero suele llamarme (la realidad es que jamás le he dado un consejo), aunque sé que soy su íntima escucha, con quien se desahoga en las noches, aquel que ha estado allí para él, para sanarlo de las heridas que sus seres queridos y perdidos, amados y lejanos, le han propinado. En el fondo estoy seguro de que, si bien él no lo admite, muchas de las experiencias que le he relatado u opiniones que le he transmitido han hecho mella en sus razonamientos, al punto que se han visto reflejadas en sus más importantes decisiones.

Ya me he puesto nostálgico de nuevo. Las últimas veces que me he aproximado a sus aposentos, movido por un furor momentáneo, he sido recibido con desgano. Él suele decirme que no es culpa mía y que desea estar solo. Yo lo comprendo de cierto modo,  pues últimamente las circunstancias lo obligaron a renunciar a algunos de sus más anhelados sueños y sé que él, en su condición de soñador, no deja escapar de entre sus manos una fantasía fácilmente. Pese a que nuevas metas se sobrepongan a las viejas y éstas sean mejores, no dejan de existir imágenes de aquella utopía una vez creída como realizable, a pesar de que tales deseos no fuesen más que aspiraciones de niño. Muy joven aún, muy joven para gobernar tan extenso territorio, sin embargo, siempre lo he apoyado con sus planes, aunque suenen descabellados, tratando de opacar a la parte realista de mi ser que batalla contra las que resguardan mi afecto por él, mi empeño de protegerlo entero, incluyendo sus ideales. Al fin y al cabo, ¿no es Alejandro hijo de los dioses?, ¿no es él capaz de lograr más que cualquier otro hombre que haya pisado la faz de esta tierra? Sí, podrán llamarnos locos, podrán acusarme de ser un siervo fiel y ciego, pero su visión del mundo es la mía y adonde quiera que vaya yo lo seguiré, así sea al fin del mundo.

En mis constantes paseos matutinos logré entablar conversación con algunos miembros de la milicia, no sólo de altos rangos, sino de puestos variados, todos, al igual que yo, tenían poco que hacer y gastaban el tiempo a su antojo. Yo, movido por la falta de ocupación y el constante rechazo de mi amigo, decidí relacionarme esporádicamente con algunas de estas personas, así, las mañanas, tardes y algunas noches eran más llevaderas a pesar de su ausencia. Estos individuos se entretenían con actividades antes desconocidas para mí: juegos de mesa que jamás hubiese concebido, conversaciones cuyo objetivo era el de descifrar el futuro mediante objetos místicos, reuniones para degustar bebidas completamente ajenas a mi cultura y tocar temas banales que llevaban a discusiones acaloradas por acción del licor, danzas extranjeras que incluían peligrosas hazañas con fuego y malabares, orgías con inacabables y variados alimentos igualmente foráneos. No puedo negar que tales entretenimientos eran de mi agrado, siempre ha llamado mi atención el descubrimiento de nuevas culturas y la fusión de las mismas, mas a pesar de ello hubiese preferido sacrificar todo por un atardecer a su lado, conversando y disfrutando de los placeres más simples, los que se vuelven portentosos si se realizaban en su compañía.

“¿Está bien? Se le nota distraído” es la frase que más había escuchado últimamente, cuando me encontraba rodeado de personas, algo en mi semblante les dejaba entrever que no me encontraba del todo bien, que me sentía inconforme y solitario, que si a ellos les llena enfrascarse en la cotidianidad ociosa, a mí no. Es molesto, de cierto modo, normalmente ningún mortal podría descifrar mi estado de ánimo con sólo mirarme, pero ahora la pesadez era tan alarmante que hasta ellos podían notar que algo no andaba bien, antes, el único encargado y capaz de leerme con una sola mirada, era mi Alejandro. Sin embargo, rápidamente lo pasaban por alto, si les contara mi aflicción nadie me creería, nadie me entendería, ellos me ven por allí, caminando, comiendo, bebiendo, en ocasiones hasta escribiendo en mi diario o con la mirada perdida en el vacío y probablemente creerán que soy parte de ellos, nada más un poco meditabundo en comparación con los demás.

Otros, recelosos, envidiosos, al verme lejos del emperador, pensarán que le he fallado o que mi carga es demasiado pesada y se burlarán de ello a mis espaldas. ¡Qué hagan lo que les plazca! En mi ira suelo pensar que no he decidido ser el confidente de tan venerada y a la vez detestada figura, ha sido todo circunstancial, mas lo pienso no porque me pese, sino porque me pesaría que fuese diferente ¿qué sería de mi vida si Alejandro hubiese decidido elegir a otro para tomar mi posición?, a veces me asalta una terrible paranoia, luego pienso: ¿tenía él elección?, ¿acaso no elegimos los dos? Sí, ambos nos escogimos desde muy temprana edad, nadie más estaría a su lado si yo no existiese, si nuestros caminos jamás se hubiesen entrecruzado. Me calma pensar que el destino nos ha unido, que en verdad somos uno solo, una misma alma y un solo corazón habitando dos cuerpos, que soy tan Alejandro como él… Y luego vuelve la paranoia ¡oh, mi estimado! necesito de su presencia, de sus palabras mesiánicas para calmarme.

¿Por qué me ha evitado por tanto tiempo? Su ausencia sólo me incrementa las dudas, en ocasiones siento que estaría mejor con otra persona en mi lugar, que no soy digno de su afecto, que alguien tan grande como él merece una mayor calidad de acompañante, una mayor devoción, un mejor trabajo, inclusive en asuntos estratégicos. Aún recuerdo sus palabras, me hacían ver que muchas personas pueden tener distintos puestos y estar a su alrededor, sin embargo yo, de entre todos, era aquel que más funciones cumplía y además, el más importante de todos. Sin duda para mí Alejandro representa lo que más amo en este mundo y pienso, ¿me verá él igual?, ¿por qué yo?, ¿tan sólo porque he sido el que ha decidido quedarse, el que ha decidido confiar en él y seguirlo fielmente? No me basta con ello, deseo explotar todos los sentires a su lado, con la mayor intensidad que un ser humano sea capaz de soportar, mas no sé si él estará dispuesto a lo mismo. A veces sueno tan apasionado que temo, hay cosas más importantes de las cuales preocuparse ¿o no, carísimo amigo?

Temo tanto perderlo, que se mezcle con el mundo que tanto anhela poseer y se olvide de su eterno amigo. Peor aún, temo que renuncie a su afán de conquista y se encierre eternamente en su tienda sin esperanza alguna ¿cómo puedo ayudarlo?, ¿por qué no puedo pensar únicamente en lo que le hará bien y asistirlo?, ¿por qué no puedo dejar de lado mis deseos y anteponer los de él? Quizás mis deseos y los suyos son los mismos, aun si cuenta no me he dado. En todo caso nada puedo hacer, no me creo capaz de sacarlo de su letargo, estoy consciente de que hasta preferiría hacerme a mí dirigir los asuntos por ahora, al fin y al cabo soy su mano derecha y puedo continuar con su labor. Mas no deseo eso, deseo que salga de allí y se reúna conmigo de nuevo, sé que los dos podremos lograr lo inimaginable.

Es muy temprano, el sol ni tan siquiera se ha atrevido a asomarse y acá me encuentro, escribiendo en este puñado de hojas a pesar de la escasa luz, contándole al papiro lo que no me he atrevido a relatar ¡que los dioses me amparen si estas letras llegan a ser leídas por alguien ajeno a mi persona! Demasiados secretos, hechos y pensamientos que me harían ver como alguien débil y no como el fuerte hombre que debo ser para compartir la carga junto al poderoso hijo de Zeus. No es el día de mi natalicio como para darme el lujo de pedir favores divinos, no obstante es una fecha importante para mi Alejandro ¡si tan sólo él se alzara en plegarias a los cielos! Quizás algún dios lo escuche y lo haga retomar las fuerzas, buscar consuelo a mi lado y salir adelante juntos, hasta conquistar el más elevado de sus anhelos. Constantemente busco salvarlo y termina siendo él quien me ampara primero, ahora mismo seré humilde y pediré por lo menos que él me consuele y, quizás, estando yo en condiciones adecuadas, pueda ayudarle como retribución a la ayuda brindada.

En las noches es cuando más me abruma el abandono… El sol se esconde tras el horizonte y no está él a mi lado para iluminarme: “Siempre te he comparado con el Sol, Alejandro”.

Abrí los ojos, en determinado momento me quedé dormido, lo primero que divisé fue el horizonte siendo iluminado por la dorada circunferencia que anunciaba un nuevo día, sentí calor en mi pecho, tan intenso que quemaba como el fuego, me hacía sentir una completitud que contadas veces en la vida se experimenta, sin embargo no logré comprender a qué se debía y dirigí mi mirar del cielo a mi pecho. Aposentado en él pude vislumbrar un amuleto, tan brillante como el mismísimo Sol, iluminado por el nacimiento del mismo, en un inicio mis ojos no se habían adaptado al brillo, pero conforme fluían los instantes mis sentidos percibieron su forma, era aquella con la que popularmente se representaba la estrella mayor y su resplandor se debía al precioso metal con el que había sido creado.

Pasé de estar recostado en el césped a sentarme, lentamente, aún aturdido y con el punzante ardor en mi piel, al moverme la preciosa reliquia inscrita en mi torso no se movió de su lugar, me pareció inusual y llevé mi diestra hasta el dije, tocándolo apenas con dos de mis dedos, extrañamente no me quemó, más bien ocurrió otro hecho insólito: la joya emitió un sonido crepitante, como el de las flamas al devorar madera, movido por la curiosidad la observé, sin mover los dedos de su lugar, notando así como el sol de plata se encontraba partido por la mitad, no había llegado al punto de la separación, mas podía notar una grieta vertical y contundente, que sin duda, con algo de presión, podría ceder y lograr así la creación de dos colgantes.

Jamás comprenderé tan sobrenatural evento, aunque no necesita ser interpretado, notoriamente los dioses escucharon mi plegaria y me proveyeron de un presente inmejorable para él, lo que ambos pendientes representen no puede ser determinado únicamente por mí, sino por nosotros, esto es sin duda una muestra física de nuestra particular relación, de las promesas implícitas, de la lealtad y de la pertenencia mutua que poseemos. De esta manera siempre llevaré conmigo una parte del Sol, para cuando Alejandro esté lejos… y él, a su vez, cuando sienta la presencia de mi obsequio junto a su corazón, recordará a su amado, así, si en determinado segundo llegara a sentirse solo, o incompleto, podrá buscar en mi compañía la calma, la completitud, podremos ser uno por una velada o por el resto de los días que nos queden de vida.

La providencia no me dejó elegir qué concederle en su aniversario, porque me entregó el objeto ideal; yo por mi parte estoy dispuesto a sincerarme ante él y mostrarle mis memorias. Así que estas palabras son también para usted, mi Sol y mis estrellas en el firmamento, formemos un pacto silencioso e incorruptible esta tarde, ampáreme y lo ampararé, no tema, es usted capaz de todo lo que se proponga y si alguna vez su temple llega a flaquear, su otra mitad estará acá para levantarlo, pese a que eso signifique mi caída.


22 de noviembre del 2012.

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