jueves, 21 de abril de 2011

Laberinto

-¿Decidme que puedo hacer para complacerle, hermosa dama?- dije con suavidad al estar frente a la castaña joven, que parecía emanar un aura de tristeza y oscuridad a todo su alrededor.

Los vestidos de ella eran probablemente los más llamativos de todos los que vestían las jóvenes en el amplio y elegante salón de baile de la especial fiesta y no porque fuesen de claros tonos o extravagante corte o bordado, sino porque era la que lucía más elegante y hermosa con ese traje de oscuras tonalidades y pocos adornos que concordaban a la perfección, formando la parsimonia más infinita que jamás se hubiese observado.

La tomé de su mano izquierda con mi diestra, mas no existió un contacto directo de nuestras pieles porque ambos portábamos guantes en ambas manos; los míos de una tonalidad pulcramente blanca y los de ella eran bordados de color negro con formas de rosas entre el tejido, que alcanzaban más arriba del codo de ambos brazos.

Mientras la observaba a detalle llevé su mano suavemente guiada, desde la posición originaria dirigiéndola a mis labios hasta dar con éstos, rozándole apenas perceptiblemente la grácil y delicada mano de ella con mi boca, aspirando la embriagante fragancia que su piel despedía por entre los bordados de la tela que la cubría, para luego llevar su mano a donde la tomé en un principio y allí soltarla, mirándola de nuevo con total admiración.

Sus ojos no eran alegres, ni tan siquiera mi compañía le hacía sentir una pizca de emoción, o al menos eso parecía. Los matices de dorado y marrón de sus ojos le daban un aspecto algo felino y fuerte mientras que sostenía mi mirar con toda seguridad, cosa que casi nunca ocurría, ya que por lo general las personas no soportan mi fija mirada, más y más signos de que ni tan siquiera presentaba un centro de atención para la dama, que me miraba como si fuese un adorno más de la habitación.

Al fin soltó un torrente de palabras sin cambiar su elegante postura, su expresión o la posición de su mirada: -Me han dicho que usted sabe cantar… y manejar el violín, creo que me encantaría estar en su compañía, siempre y cuando cante y toque algunas embriagantes melodías para mí-

Tomé firmemente con mi diestra el violín que se encontraba sobre la mesa más cercana, que por cierto no era mío, pero ¿Qué importancia podía tener eso en ese momento? Cuando al fin la joven se había dignado a hablarme de una forma más o menos amable. Sonreí de la manera más alegre que pude y extendí mi zurdo brazo a la joven noble para que lo tomase, una vez que ya estaba prendida de él me encaminé hasta las puertas al exterior más cercanas, unas que tenían apenas un borde de madera blanco y el interior era de vidrio tallado con figuras de ángeles bellamente creadas.

Una vez que estuvimos en el exterior continué guiando sus pasos dirigiéndome al laberinto que poseía la mansión en sus jardines, consistía en altas paredes de enredaderas que generaban caminos impredecibles, más se sabía que existía una entrada y una salida. En el interior del laberinto se podían encontrar mesas y sillas de madera muy cómodas y hermosas, además de alguna que otra lámpara con una tenue luz, elegí un lugar apropiado cerca de uno de esos escenarios y dirigí a la joven hasta la silla ayudándola innecesariamente a que se sentara.

Acomodé apropiadamente el violín en mi hombro y lo sostuve allí manteniendo ladeada la cabeza sin dejar de observar a la felina dama, luego como si hubiese nacido para ello inicié el suave roce sonoro del arco contra las cuatro cuerdas del instrumento, las notas se generaban por su cuenta ya que poco pensaba yo en la melodía que tocaba.

Me dejé llevar por la belleza de la joven así que claramente la canción que componía en ese instante tenía una auténtica musa, la melodía sonaba altamente melancólica y neblinosa, sin que yo lo deseara sonaba a la perfección; así como la impresión de sus cabellos castaños y de perfectos rizos eran las subidas y bajadas de tonalidades que el instrumento emitía. Después sin pensarlo mucho pero invadido por el recuerdo de las palabras de ella comencé a cantar, sin palabras específicas, tan solo seguía el ritmo del violín con la voz divergiendo eventualmente para que sonase como un dueto y no como un simple eco de cuerdas.

La melodía continuó largo tiempo hasta que ya fue pertinente llevarla a su fin, eso sucedió a causa de que la visión de la joven ya no me permitía continuar… tan hermosa, adorable y apetecible, con ese mirar de admiración que ahora tenía por mí a causa de que mostrase mis habilidades, nunca fallaba la técnica, pero nunca antes la recompensa había sido tan gratificante. Me encargué de finalizar la melodía lo más bellamente posible y luego caminé hacia donde la dama estaba, coloqué el violín en la mesa que se encontraba a su lado, seguidamente del arco encima del mismo violín violáceo.

Rompiendo con mi línea de comportamiento caballeroso para con ella la tomé de la cintura y con un suave empuje la acerqué a mí, la observé por un largo tiempo a los ojos, embriagado aún por la sensación de la melodía y por la simple hermosura de ella… disfrutando la antelación de lo que acontecería. Sin más me acerqué a sus labios y empecé a besarla como lo haría un primerizo: con los ojos cerrados apenas rozando piel con piel, pero rápidamente la joven reaccionó apropiadamente y pude extenderme más en el beso saboreando ya a profundidad su exquisita boca y todo lo que ésta implicaba.

Abrí mis ojos traviesamente unas cuantas veces, mirando su perfectamente esculpido rostro concentrado en los besos, mientras que trataba de halagarla solo con la forma de unirme en ese gesto íntimo a ella, sin soltar su cintura ni perder la firmeza de cómo la sostenía… y el beso continuó, la oscuridad se acrecentó y perdimos la noción del tiempo perdidos en ese laberinto.

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