lunes, 11 de julio de 2011

Sacrifice

Como que si se tratase de un eclipse nuestros cuerpos se acercaron y nuestros cabellos se entremezclaron, tal hecho recordaba sin duda alguna a la unión del magnánimo sol con la eterna noche desprovista de luna y demás astros luminiscentes. Tal y como aquello se percibía había sido la pasada jornada, un caluroso día y una fría noche de luna nueva, en todas aquellas horas su compañía había adornado el tiempo, haciéndolo mucho más grato e interesante que de costumbre. Ahora las manecillas del reloj que yacía pintado con tinta invisible, en lo profundo de aquel oscuro lago que era el firmamento, indicaban que ya habíamos cambiado de fecha, ya era un poco más tarde que la medianoche… oh mágicas horas, aquellas que van del fin del día a una hora luego de transcurrido tal instante.

El manto nocturno cubría nuestras siluetas y nos proporcionaba vidrios reflectores imaginarios que permitían admirar en conjunto nuestra propia belleza y la ajena, tan diferentes una de la otra pero a pesar de ello tan iguales, al fin y al cabo era algo intangible pero tan notorio, además de que se medía de la misma manera. Pudimos observar por indefinido tiempo nuestro otro rostro en el espejo, así como la otra cara de la Luna, aquella que nunca muestra salvo a seres elegidos por ella. En ambos casos las visiones eran deleitantes y terroríficas, pero estando en compañía uno del otro podíamos soportar tales impactos sin mayor inconveniente. Lo que ese momento tan extraordinario desvelaba para mí era una dote otorgada por la noche, que atesoraría por la eternidad, algo virtualmente irrepetible.

Entrelacé mis dedos con los de mi acompañante, presionando su fría mano con más fuerza de la debida como para demostrar que deseaba más que a mis propios deseos para con su persona, que no se alejase jamás de mí, que no tuviese que desaparecer de mi vista para siempre, como estaba predicho desde el instante en el cual convocamos sin desearlo las fuerzas magnificentes que nos sirvieron en esa velada gustosamente y sin quejas. Pequeños precios a pagar y sacrificios de sangre que deben ser hechos por lo menos en una única ocasión, pensamientos que mi mente albergaba completamente cautivos en sus protecciones mientras que aquella persona tan importante para mí, la primordial de entre todas, era arrastrada al más oscuro abismo y el solemne frío presente comenzaba a carcomer mi ser por completo, una vez más.

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