sábado, 10 de septiembre de 2011

Balcony

Así era él, caprichoso solía denominarle ella usualmente, ya lo había aceptado de esa manera, sabía que no podía forzarlo a que la visitara y la acompañara más tiempo del que ya le dedicaba. Simplemente aparecía cuando se le antojaba y siempre que decidía materializarse ante ella le brindaba dosis iguales de alegría y desconsuelo, pero así ella lo quería. La muchacha estaba agradecida con la vida a pesar de todas las injusticias por las que había pasado, por un tiempo deseó simplemente no existir, pero luego aquel hombre llegó a su vida para salvarla de sus deseos prohibidos, de sus fantasías y travesuras con la muerte.

Él le daba al menos una razón para permanecer atada a este mundo material, el sólo hecho de poder compartir una velada con tan misterioso ser, una que otra vez, era suficiente motivación para soportar los pensamientos y recuerdos dolorosos, que no se alejaban de la tierna mente corrompida mucho antes de lo debido, si es que se supone debería llegar a ese estado en alguna época de la vida. Los vívidos orbes de ella habían espiado por primera vez la figura de su futuro compañero cuando recién comenzó a vivir en lo que ahora era su hogar, vivienda que había sido heredada directamente de sus difuntos padres, una de las heridas más recientes que ella albergaba en su antaño lozano corazón.

Se podría decir que su morada era lo que se denominaría una mansión, con decoraciones que, a decir verdad, eran más acordes a los gustos de un sombrío conde que a los de ella, pero su mente llena de turbulentos y lóbregos pensamientos hicieron del lugar un sitio idóneo para ese instante, por lo que se generó un apego considerable al lugar, era ya como una parte de ella y se esmeraba porque las personas a su servicio mantuvieran el inmueble en el mejor estado posible, inclusive en ocasiones ayudaba a sus subordinados por más reclamos que éstos le hicieran, no estaba escrito en su laboriosa moral dejar que su delicada y hermosa superiora colaborara con la labor por la que les pagaba.

Una tarde de tantas, luego de cumplir con su recién creada rutina, se encontraba sentada en el balcón de su habitación, ataviada de un hermoso vestido de tonalidades más claras de lo usual y con un cuaderno en mano memorizando lo que su tutora le había enseñado en la mañana. Tenía una maestra ya que los expertos decían que se encontraba emocionalmente incapacitada para asistir a un lugar de estudio regular, mucho menos para adaptarse entre las masas de jóvenes, que podían ser tan crueles a veces.

Esa tarde llovía mucho más de lo normal e inclusive las hojas se veían impregnadas por ínfimas gotas transportadas por la fría brisa, ni que decir del hermoso lienzo de porcelana que era su rostro, tan bañado en cristales como todo lo demás que yacía en el balcón, sin embargo la gélida sensación en su piel la relajaba de maneras indescriptibles, por eso no presentaba un gran interés por lo que podría sucederle a sus apuntes, pero menor fue el interés en éstos cuando pudo divisar una oscura silueta a la distancia, entre los árboles diversos que adornaban los alrededores de sus aposentos, pero sin salirse de los límites de los mismos. La figura captó tanto su atención que soltó el cuaderno en el suelo, dejándolo totalmente a merced de las inclemencias del tiempo.

Lentamente y de la manera más sigilosa que fue posible para su cuerpo, se acercó a la orilla del balcón, completamente embelesada por la visión de la que era dueña, sus movimientos más bien felinos le permitieron moverse de tal manera que el hecho hubiese sido imperceptible para cualquier ojo humano, si fuese el caso. Tenía la impresión de que si se movía bruscamente su aparición podría desvanecerse, por su mente se cruzó la idea de que aquella ambigua figura, al parecer perteneciente a un elegante y alto joven, podría huir si sentía que su íntima comunión con los árboles y la tempestad era viciada por una bella espía.

Sus manos cubrieron con fuerza parte de la blanca reja, tan húmeda como estaban ahora sus cabellos que se tornaban más bien caoba por la acción del agua, su posición fue la misma por un período indefinido, minutos u horas, su recién descubierta faena de vigía la había atrapado de tal manera que perdió del todo la noción del ser y del correr del tiempo. La figura masculina no hacía más que caminar de un lado a otro, mirar el cielo y dejar que los torrentes chocaran con su tez y sus ojos, nublando su visión pero al parecer sin causarle molestia alguna; su comportamiento era extrañamente peculiar y atrayente, se veía tan desapegado a este mundo que resultaba irresistible para la joven imaginación de ella.

De repente aquella difuminada silueta dejó de mirar las cargadas nubes para posar su mirar directamente en los ojos de su obsesionada centinela. Ella, al sentir que la miró, se levantó de inmediato impulsándose dentro de su habitación y cerró seguidamente la puerta corrediza de vidrio, que pronto se llenó de miles de lágrimas insípidas, las mismas que habían ya dejado irreconocible a su libreta de apuntes, la cual miraba fijamente, con una terrible intriga y un miedo indescriptible que se adueñó de ella enteramente. Su vestimenta estaba absolutamente bañada en rocío, por lo que casi sin pensarlo la retiró por completo y se acurrucó en su cama, cubierta por más edredones de los usuales, cerrando los ojos para entregarse al sueño que seguramente resultaría tranquilizador.

Aquella noche fue la primera de muchas en las que su recién adquirido compañero visitó su dormitorio, una estela de luz se coló por la puerta de entrada, sin embargo no se escuchó el usual ruido de cuando tal entrada era abierta, nada más la pulcra e inmodificable luminosidad del recinto fue rota por aquello y luego fue modificada de nuevo por la proyección de una sombra de forma humana contra el suelo. Claramente la joven pudo percibir aquello, pero en cuanto fue dueña de su conciencia de nuevo temió tanto que en vez de abrir sus claros ojos y observar lo que sucedía, decidió cerrarlos lo más intensamente que le fue posible. Pero eso no evitó, tal y como ella esperaba, que su virginal piel no fuese acariciada por la mano de un hombre, el hombre más hermoso que jamás su visión hubiese tenido el placer de contemplar, sus profundos ojos y sus facciones eran las de aquel idílico ser que había aparecido únicamente en sus más dulces y placenteros sueños, en el manto de aquel anochecer todo lo que había soñado se hizo realidad.

Su secreto consorte no la abandonó nunca más luego de esa noche, escapaba por largos períodos de tiempo pero luego volvía a los brazos de su ser de devoción para entregarle cuerpo y alma compensando así sus días de soledad, era caprichoso pero inclusive eso estaba contemplado en los deseos de ella, cuando regresaba luego de temporadas de ausencia su amor y deseo por él se incrementaban exponencialmente, su adicción se hacía cada vez más intensa e irrenunciable. Sin embargo en el fondo ella siempre tuvo la impresión, pensamiento que ignoraba de inmediato en cuanto aparecía, de que su amante no era real. Y no lo era.

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