La espesa niebla imposibilitaba ver más allá de un metro de distancia, si se obviara su fría presencia y se contemplara el firmamento podría descubrirse que el nocturno astro superior no se encontraba enmarcado por la negra nada en aquella noche de invierno, por lo que las tinieblas reinaban la tierra. Sin embargo, la neblina desprendía un misterioso brillo por sí misma, resplandor que bastaba para guiar a los vástagos de la región a través de sus oscuros y laberínticos senderos.El caminante portaba consigo una lámpara de aceite, la única fuente de luz existente a muchísimos metros alrededor. Se le había hecho tarde sin desearlo, realmente las mundanas reuniones podían entretenerle tan excesivamente, que su noción de tiempo y espacio casi se adormecía por completo durante el transcurso del lascivo episodio. Apenas dejaba el recinto donde se celebraba sin razón de festejar, comenzaba a extrañar la calidez que estar entre aquellas murallas le concedía, pero conforme se alejaba, paso a paso, sentía más desapego de aquel ambiente y hasta repulsión del mismo, de la creación, la sociedad y hasta de él.
Fue entonces, tras dejarse llevar por los usuales pensamientos que acudían a estremecer su reflexión y juicio, que decidió sentarse en el suelo sin razón aparente, colocando al frente la linterna que orientaba su ruta. Se quedó mirándola relajadamente por minutos que se hacían eternos, sus ojos fijos reflejaban el resplandor y la estructura misma de la lámpara, pero a pesar de que la luz fluctuara, la imagen en los espejos que eran sus ojos no oscilaba en lo más mínimo, ahora su cuerpo se encontraba en tensión. Pasado cierto tiempo se puso de pie y sin pensarlo impulsó con fuerza su bota hacia la única fuente de luminosidad que poseía, desfigurando por completo la armazón y desquebrajando los vidrios que recubrían a la llama, dejándolos peligrosamente ubicados en el suelo.
Pasó a través de ellos sin precaución y comenzó a caminar con la única ayuda de la luminiscencia extraña del velo blanquecino que recubría las sombras. A veces reía consigo mismo cuando al estar inseguro de lo que adelante estaba, extendía ambos brazos para evitar chocar con algún objeto o algún ser, aunque pareciera que el espacio era infinito, sin obstáculo alguno y sin ruidos que delataran la presencia de alguien más. La antes polvorienta vereda se tornaba húmeda y pegajosa ante sus pisadas, la humedad del vaho se impregnaba en la tierra, le resultaba incómodo caminar por ahí, por lo que se desvió a ciegas hasta llegar al césped, comenzando a moverse ahora hacia una congregación de árboles un tanto rala para ser llamada bosque.
Al cabo de un tiempo, se encontraba completamente perdido y la niebla parecía que nunca cesaría, al igual que la perpetua noche. Lo que había parecido divertido y atrevido en un principio, ahora le causaba un temor más que indescriptible. El níveo ambiente parecía haber purificado su alma de los pecados cometidos en aquella jornada, había llevado el ánima a un estado de paz y tranquilidad absolutas, pero ahora parecía atraparlo entre sus garras para nunca más dejarlo ir, para purificar hasta la última partícula de su sustancia, para purgarlo hasta que no quedara nada de lo que era.
Completamente atemorizado logró palpar la corteza de un antiguo árbol, hiperventilando y agitado se recostó al lado de éste con torpeza, exigiéndose a cerrar los ojos aunque ese hecho no provocara mucha diferencia para sus sentidos, intentó tranquilizarse recordando acontecimientos pasados entre aquellas libidinosas cuatro paredes, pero para su temor no podía recordar nada de lo anteriormente acaecido, su memoria parecía tan en blanco como el entorno, su raciocinio e imaginación continuaron causándole una mala pasada, hasta que por fin cayó en la subconsciencia del sueño, allí en medio de la nada apoyado en el tronco de un roble, hasta que sobrevino el amanecer.
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