sábado, 24 de enero de 2015

Templo de la derrota

Heme aquí en este templo, clamo tu ayuda en un lamento, ya mis mares se han secado y tu lápida no mira más entierros. ¿Si mis verdes ojos presencian la caída de las aves, su desmentido vuelo eterno, sus gruñidos, sus gemidos, su grisácea fusión con el cielo? Ese cielo desgranándose sin miras a recuperarse de nuevo, y aunque cada día clame el sol por su hierro, llega siempre ella, apaciguante, a afilar su argentado armamento.

¿Me pides esperanza aun sabiendo todo esto? Si tu voz ya no es la tuya, y si lo fue no lo recuerdo. Mas tampoco mía es, ni lo será en ningún intento, los cielos se abren y su voz retumba en los sentidos del universo, ¿quién eres tú para creerte de mis facultades dueño? Y a su vez la voz escucha una aún más prominente, reclamando por lo mismo desde el lecho de su muerte, ¿muerte acaso para él, para nosotros, para ellos? Los mortales tememos en nuestro efímero parpadeo, que creados hemos sido con arcilla y un espejo, ¡y la arcilla se erosiona y el cristal no es perpetuo!, ¿cómo te atreves a creerte de mis facultades dueño? Del sueño me despierto, y a mi lado no te encuentro, y la voz, aún en mis oídos, me causa descontento.

Mi dorado pincel roba de la escultura de tus labios la poesía de tus sueños. Y los ríos se desbordan y de mí mismo ya no soy dueño, porque tampoco lo soy de ti, ni de mis manos, ni mi cuerpo. A la distancia los gritos enfurecidos me atacan como fierros, los reclamos se clavan una vez más en todos aquellos cuerpos, es de nuevo ese Dios, cneloso de lo nuestro.

¡Qué se creen! Prorrumpió, ¡El Supremo Hacedor soy yo! Pero no, él se equivoca, y con sangre pagaré mi derrota, porque tú, amado mío, me has enseñado otra cosa, quizás la mía no, mas tu invención, al Todopoderoso provoca. Que sufra, que llore, que deje llover todo el mar de Europa, porque de sus manos se ha escapado el carmín de su obra y su rojo más intenso, al tuyo nunca toca.

No temo confesarlo, ladrón soy, y ante ti proclamo mi verdad sin miras de redención: he robado el cuerpo en el que habito, su piel, su mente y su espíritu. Si me culpas, terco eres, aunque Él te envidie, sabes que engendrar no es crear, y que ya nada se puede idear. Tu dorado podrá encandecer el firmamento, ¡pero en mi lienzo aquel color jamás lucirá menos auténtico! Copia soy, de la copia, del plagio al ser Supremo, ¿Cómo negar que Él, de nuevo, discuta con los nuestros, las mismas palabras en su boca, las mismas mías de las que no soy dueño?, ¿Y si luego del infinito no siguiera el infinito?, ¿y si luego del averno, se extinguiera lo eterno?

Heme aquí jugando contigo, porque eso es lo que quiero, mis manos no te miran, mis ojos no te tocan, etéreo eres, como aquellos seres que me odian, pero tú tuviste un cuerpo, una razón, una sustancia, y mi ser reclama por ti, aunque no acorte la distancia. ¿Quién soy yo para negarte?, ¿quién soy yo para adueñarme de tu vida, de tu obra, de tu prosa profanada? La ambivalencia me domina y a sus fauces me arrastra, me tritura, me desmenuza y con mis dese(ch)os se arrambla. Una noche como ésta, volaste a mi ventana, y una noche diferente, donde el cielo se desgrana, vive siempre, con un graznido, el granate de tu llama, aunque ya no estés aquí, y me falte por siempre el alba.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Discurso a mi gato


Es bastante incómodo eso de enemistarse con alguien que amamos de manera permanente, tener que tragarse las palabras, jamás enunciarlas, pero darles vuelta una y otra vez en la mente, de manera constante, obsesiva, enferma… ¡Por Dios! En el tren, en el carro, en las aceras, antes de dormir, en medio de una obra de teatro, una interpretación musical o un libro. Que cualquier maldita frase que leas te haga repasar el discurso que jamás será pronunciado. Frente al espejo, mientras estás en el baño… Olvidar lo que se sentía concentrarse en la página de una novela o de un texto académico. Antes era facilísimo, al leer me perdía en el mundo que se me presentaba ante mis ojos, en el mundo de las ideas, en la reflexión que me separaba de la realidad que vivía, ahora no me es posible, es más que imposible separar mis pensamientos de mis vivencias.

Lo único que me salva es la inconsciencia del sueño, hace unos años el imaginario de mi mente se desgarraba al unísono con mi ánimo al despertarme, aquellas fantasías me prometían un excelente porvenir, o me transportaban a otros tiempos donde todo parecía feliz, tan feliz, que era ridículo revivir en un mundo donde ni parecía existir una definición verosímil de tan ideal alegría. Lo bueno es que, de a pocos, mis sueños dejaron de ser tan idílicos y comenzaron a presentarme escenarios que ni el más desdichado de la tierra podría considerar como envidiables. Así el sueño era ahora mi refugio, ya que todas esas desgracias me parecían tan ajenas al despertarme que no me afectaban, apenas si podían ser interpretadas (y si no las entendía, me daba exactamente igual). Aún si aparecía tu cara como la de uno de los personajes, con o sin tu personalidad, o si aparecía tu personalidad materializada allí, sin tu rostro. Se me hacía tan normal, tan poco angustiante despertarme y darme cuenta de que ya no podía ni enviarte una carta contándote de mis peripecias y bendiciones sin que la tomaras entre tus manos y la rompieras en mil trozos.

Normalmente si le contase mis pensamientos a una amistad, aún si me dispusiera a divagar en voz alta ante la persona a la que más confianza le profeso, lo único que obtendría sería una respuesta del tipo optimista, o por el contrario, pesimista: “Ya se volverán a hablar, dale tiempo a que se le pase el calor de la cabeza” o “Pues ahora te tocó aguantar, vos te lo ganaste porque sos un desgraciado que no sabe tratar ni querer a la gente”. Lo que más me pesa es estar de acuerdo con la segunda opinión, y es que sí, jamás me volverás a ver en tu vida, porque cuando lo arruino con alguien, lo arruino de veras. Porque cuando me odian, me odian bien, eternamente, de una forma irreversible. Mi pensamiento siempre se queda clavado allí por lo que parecen años ¿por qué soy tan detestable? (y entiéndase detestable como un individuo al que es fácil detestar), y de la mano con ello ¿por qué soy tan amable? Entendiéndose, de nuevo, de la misma manera. Pues y seguro un asunto está relacionado con el otro ¡yo qué sé! Del amor al odio hay un paso.

En ocasiones se me antoja chasquear los dedos y mediante tal acción hacer desaparecer a todos los psicólogos mediocres del mundo, le han hecho pensar a las personas que hay comportamientos, que si se repiten con cierta cadencia, pueden ser considerados como nocivos. A veces ni son acciones, tan sólo pensamientos, es por ello que existirá siempre una posible tercera opinión ante mis divagaciones, la más detestable de todas: “Deje ya de pensar en ello y siga adelante con su vida, eso de andar pensando siempre lo mismo no es sano” y esos mismos que me aconsejarían eso, al dejar de hablar conmigo, volverían a ahogarse en su mente obsesiva o vacía, una de dos, pero jamás las dos. ¡Qué hipócritas! Y luego me tachan a mí de hipócrita.

Hipocresía: una de mis características, nada logro con negarlo. ¿Cuántas veces me lo han afirmado aquellos que más me conocen? Pero otros, más bien, fingen ser sordos cuando se les hace tal advertencia respecto a mí. En mi defensa alego que no soy propiamente hipócrita, sólo malinterpretable, seguro y adorno mucho mis discursos, con flores de dulce aroma o con plantas de copiosas espinas, depende. El cambio sorprende a mis seres queridos, mas si para ellos fue una sorpresa, para mí no debería serlo, al fin y al cabo ¿cuántas veces ha pasado? Aunque le diga a mi amada: “No nos hagamos promesas, nunca ha resultado bien eso en mis relaciones pasadas”, termino haciendo una promesa implícita, fortísima, poderosa. El hecho de que no sea pronunciada, que sea etérea, crea, al parecer, un contrato no hablado entre las almas. ¿Por qué? Nunca fue mi intención, al menos no la de mi ser consciente ¡qué sé yo sobre las intenciones de mi alma! O al menos, las de aquellas partes de mí que no considero tan mías como mi razón.

Aquellos que me dejaron me abandonaron por lo mismo: mi “doble cara” y mis mentiras, o en su defecto, mi costumbre de ocultar la realidad. Aún recuerdo cuando tu tierna voz me hizo prometer, aunque no me guste hacerlo, que trataría de cambiar mis defectos para no fallarle más a quienes aprecio. ¿Ya para qué, bella mía? Si ya te perdí a vos. Los demás que me quedan saben bien cómo soy. Recuerdo que ante esto, alegaste “pues creías tener a unos para siempre a pesar de que te conocían, pero llegaron a irse igual” mas no, no es cierto, ellos no me conocían como llegaste a conocerme vos o como me conocen los que aún están conmigo. Si se van, que huyan prontamente, me es más importante dejar de ser hipócrita que conservarlos mediante mentiras y verdades a medias. El problema recae en que pocos me aceptarán tal cual soy en la vida y, probablemente, quedaré solo en algún momento de mi mediana adultez ¡ya qué! Nadie se muere por estar solo, mas yo me moriría por dentro al seguirte mintiendo a vos y al resto.

“Soy insoportable, mi niña, lo soy...” me atrapé sosteniendo el rostro de mi gato, perdido en sus ojos amarillos, imaginando que eran los tuyos. El felino me miraba desconcertado, mas no se retiraba de la cuenca que formaban mis manos, solamente observaba mis ojos y mi boca mientras conversaba con él, creyendo en mi delirio que podía entenderme, confesándole horribles pensamientos que no iban a tener trascendencia, pero que para mi mente, la tenían. Cuando guardé silencio, notando la situación en la que estaba, él profirió un leve maullido, como diciendo “continúa”. Me prestaba atención, curioso, deseoso de que continuara enunciando mis revelaciones. Si tuviese una pizca de supersticioso (y la tengo) hubiese creído que mi gato estaba teniendo una posesión en estos momentos, o que, al menos, estaba sirviendo de médium. Sin embargo, la verdad era simple: al contarle a alguien lo que tanto me guardaba, aunque no me entendiera, pasaba por un proceso de liberación mediante el cual, quizás, podría librarme de esos pensamientos acosadores que no me dejaban seguir.

Solté a mi mascota y tomé, de una mesita, el reloj de bolsillo que me habías regalado una de las últimas veces que nos vimos. Comencé a moverlo de manera oscilante frente a él, jugando a la hipnosis. El gato seguía agudamente con la mirada el objeto que se movía ante él. Yo también. Eso bastó para arrancarme de la realidad y hacerme continuar la confesión. Después de pelearme con vos compré un libro, sabés de mi costumbre por identificarme con alguno de los personajes y de, a continuación, percibir a mis conocidos como algunos de los que se relacionan con él. Con esta novela en particular no fue tan fácil al inicio, detesté al personaje principal, pensé que si lo tuviese en frente le diría: “Oh, infeliz, frío, egoísta, infiel, desalmado, obseso, demente, te vas a quedar sólo en la vida, no podés ni entregarte a una mujer, apenas alguien te quiere, te asustás y huís” primero lo identifiqué con cierto amigo mío, luego analicé la situación y me di cuenta de que no, no se parece a él, se parece a mí, ese maldito al que tanto odié. Bueno, al final concilié mis opiniones diciendo que se parece a ambos, tomando unas de sus características y otras de las mías, bien se podría formar al protagonista. Y la pobre de vos, que tanto nos querías ¿cómo castigarte con nuestra constante presencia? Te quise dar a entender que no te convenía la situación, que, por ahora, todo parecía bien ¿por qué?, mi niña, ¿por qué sólo podés ver el presente, sentir el presente?, ¿por qué te entregás tanto?, ¿por qué, principalmente, confiás tanto en los que amás? A sabiendas de cómo son, porque lo sabías, mi bella, ¡lo sabías!

Aunque medio planeta te tache de impulsiva, aunque te acusen de basar tus decisiones sólo en lo que sentís, sé que una parte tuya puede prescindir de todo sentimentalismo y emoción, pensar fríamente, mediante la lógica, lo que conviene y lo que no. Esa parte de vos sabe, inclusive, cómo reaccionarán tus sentimientos y tu estado de ánimo, ante x o y situación. Tu yo “lógica” puede concluir, igualmente, que muchos de tus sueños no se verán jamás cumplidos y que podés conformarte con menos, a sabiendas de que eternamente te dolerá, pero podrás soportarlo. Quizás podrás estar más feliz que triste, pero cargarás con ambos sentires por siempre, según tu parte lógica eso siempre será así, jamás serás enteramente feliz, lo sabés. Pensabas que conmigo podías evitar algo de sufrimiento ¿estás segura de ello? Según mi perspectiva, como sólo sabés sufrir, no conocés lo que es la felicidad. Te escapaste de las manos de un infeliz que aparentaba amarte mucho, para caer en las manos de otro y luego oscilar entre ambos, como el péndulo. Me desperté del trance y terminé el pensamiento en voz alta, colocando el reloj suavemente en mi cama: Corrés hacia mí para salvarte de él, luego buscás sus brazos de nuevo para que te consuele del daño que te causé, pero entendé, mi niña, estás corriendo en círculos, ninguno de los dos te salvará, ninguno te dará lo que realmente querés, te conformás con ser amada a medias porque sólo a medias te han querido, mi bella, mi bella, merecés más.

Y cuando al fin dejes de ser mi niña, la niña de él y te convirtás en la luz de alguien que dé todo por ti, que te abrace, te dé cariño y te atienda tal y como lo merecés, será cuando comprenderás lo que es ser feliz y podrás decir, con toda propiedad: renuncio a mi felicidad. ¿Llegará ese día? No lo sé, pero no encontrarás jamás tal entrega en mí, ni tales atenciones. Soy hedonista, egoísta, me amo sólo a mí mismo, soy cambiante, caprichoso y veo a todos aquellos a mi alrededor como medios. ¿Te amé? A mi manera, sí, te amé como a muy pocos he amado en la vida, pero ¿qué es amar?, ¿amas como yo o amas ciegamente? Pues te respondo, mi bien, no sos diferente de mí, como no te di lo que esperabas, te despediste de mí, preferiste quedarte con las manos vacías que tenerme a medias, preferiste que mi corazón te olvide antes de tener una parte de él. Y así será, hermosa que fue mía, no te puedo ofrecer el cielo, no puedo ser tu ángel ni salvarte.

Perdoname, perdoname, por crearte ilusiones falsas que creé/no creé a propósito/sin querer, vos sabés que no era mi intención lastimarte, vos sabés que se me dan bien las relaciones de uno a uno, pero cuando se involucran más partes, me confundo y busco cómo renunciar… ¡Vos sabés! Siempre lo supiste. Oh romántica, oh soñadora, te acusé de no conocerme, pero ¡maldita! Me conocés bien, sabías que todo esto pasaría. Ahora, finalmente, te arranco los sueños aunque me duela, aunque te duela. Pero vamos, pequeña, la vida te sonreirá de nuevo, confiá en mí una última vez. Cuando conozcás la felicidad real, y sabrás cuándo, ven a buscarme de nuevo, o no me busqués, vos sabrás si mi presencia ayudará a exaltarla o a arruinarla, y, dependiendo de eso, decidirás.

El gato me volvió la mirada y brincó de la cama, caminando indiferente hasta el marco de la puerta más cercana. Yo, cansado por lo que acababa de ocurrir, abracé mi almohada y caí inmediatamente rendido ante el sueño, con la imagen de tu rostro en mi memoria, desvaneciéndose poco a poco. “Sé feliz por mí, suena absurdo, pero ¿vos sabés? Es más probable que lo logrés vos que yo. Luego comprenderás, hasta entonces, tenés derecho a pensar que soy un idiota, sin más me despido, cuidate”.

Bah, estoy loco.

jueves, 30 de mayo de 2013

Retablo Estelar

¿Puede ser tan compasiva la divina alma
De ésta, tu castísima y adorada hermana
Para absolver, al fin, tu recelosa afrenta
Aquella que atañes únicamente a mi demencia?

Si mi sacro honor mancillado jamás se vio
Por la efigie del hombre que mi corazón amó
¿Era necesario, entonces, acudir al engaño
Y con tu lira alejarlo por siempre de mi mano?

Prometí, quizás, nunca mi virtud perder
Mas un compromiso con mí misma ha de ser
¡Justificado está, seguramente replicarás
Somos uno solo y al morir yo, tú perecerás!

Una isla emergió en nuestro nombre
Y de nuestra madre compartimos vientre
¡Mas recuerda que mis manos, ahora manchadas
Fueron los instrumentos de tu celestial llegada!

Utilizando las tuyas guiaste mi impecable arco
Y la saeta mortífera con su resplandor dorado
Mi orgullo nunca degradado intentasteis herir
Haciéndome, de mi cérvida serenidad, desistir.

Ahora, sin moverse, yace él entre mis brazos
Sereno, impávido, hasta dichoso en mi regazo
Soñando con las albas que vivió a mi lado
La caza, la confidencia y el amor que le he brindado.

¡Venid, amnisíades, acompañadme en mi pesar
Convirtamos el hermoso firmamento en un altar!
Donde la más brillante estrella jamás opacará
La luz del mortal al que la luna siempre amará.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Corona solar

“¡Ah, divino doctor!
No me des nada. Tengo tu veneno,
tu puesta de sol
y tu noche de luna y tu lira,
y tu lírico amor”.
Rubén Darío

Hoy era el día. Desde hace un tiempo no podía evitar pensar en esta fecha, la anhelaba de cierta manera, aun si no tuviese alguna actividad planeada para este momento. Mis ánimos en los recientes días habían cambiado excesivamente, me sentía hasta volátil por las variaciones de parecer constantes, de un alba a otra; en retrospectiva, me hubiese podido encontrar aceptando opiniones completamente opuestas, no ajenas, mías, aunque contradictorias entre sí. Incluso antes de ese período, en una época de actividad en el imperio, no tanto bélica, pero sí de planeamiento, mi mente se encontraba distraída con el día a día, no importaba nada más que levantarse por la mañana, temprano, e ir con la mente fresca a poner en práctica todo lo enseñado por nuestros sabios mentores: fusionar los conocimientos teóricos con lo que habíamos aprendido en la praxis, en la batalla. Todo aquello me había dejado sin sentires, sin pesares, siendo uno con la cotidianidad.

Mas ahora la calma reinaba y yo pasaba mis jornadas dedicado enteramente al ocio y, a pesar de que suene contradictorio, tanta inactividad me había sacado de la monotonía. Disponía de más tiempo libre del que desearía, como suele ocurrirme, en vez de atiborrar mi agenda con millares de distracciones, prefería pasear por allí y perderme en mis pensamientos. Normalmente sonaría como un escenario idílico, no obstante me encontraba solo y ese hecho siempre me ha arrastrado a rincones oscuros del pensamiento: a lugares fríos y pesimistas, a laberintos de los cuales nunca he podido salir si no es con la ayuda de él, pero él se encontraba indispuesto desde hace unos meses. Consejero suele llamarme (la realidad es que jamás le he dado un consejo), aunque sé que soy su íntima escucha, con quien se desahoga en las noches, aquel que ha estado allí para él, para sanarlo de las heridas que sus seres queridos y perdidos, amados y lejanos, le han propinado. En el fondo estoy seguro de que, si bien él no lo admite, muchas de las experiencias que le he relatado u opiniones que le he transmitido han hecho mella en sus razonamientos, al punto que se han visto reflejadas en sus más importantes decisiones.

Ya me he puesto nostálgico de nuevo. Las últimas veces que me he aproximado a sus aposentos, movido por un furor momentáneo, he sido recibido con desgano. Él suele decirme que no es culpa mía y que desea estar solo. Yo lo comprendo de cierto modo,  pues últimamente las circunstancias lo obligaron a renunciar a algunos de sus más anhelados sueños y sé que él, en su condición de soñador, no deja escapar de entre sus manos una fantasía fácilmente. Pese a que nuevas metas se sobrepongan a las viejas y éstas sean mejores, no dejan de existir imágenes de aquella utopía una vez creída como realizable, a pesar de que tales deseos no fuesen más que aspiraciones de niño. Muy joven aún, muy joven para gobernar tan extenso territorio, sin embargo, siempre lo he apoyado con sus planes, aunque suenen descabellados, tratando de opacar a la parte realista de mi ser que batalla contra las que resguardan mi afecto por él, mi empeño de protegerlo entero, incluyendo sus ideales. Al fin y al cabo, ¿no es Alejandro hijo de los dioses?, ¿no es él capaz de lograr más que cualquier otro hombre que haya pisado la faz de esta tierra? Sí, podrán llamarnos locos, podrán acusarme de ser un siervo fiel y ciego, pero su visión del mundo es la mía y adonde quiera que vaya yo lo seguiré, así sea al fin del mundo.

En mis constantes paseos matutinos logré entablar conversación con algunos miembros de la milicia, no sólo de altos rangos, sino de puestos variados, todos, al igual que yo, tenían poco que hacer y gastaban el tiempo a su antojo. Yo, movido por la falta de ocupación y el constante rechazo de mi amigo, decidí relacionarme esporádicamente con algunas de estas personas, así, las mañanas, tardes y algunas noches eran más llevaderas a pesar de su ausencia. Estos individuos se entretenían con actividades antes desconocidas para mí: juegos de mesa que jamás hubiese concebido, conversaciones cuyo objetivo era el de descifrar el futuro mediante objetos místicos, reuniones para degustar bebidas completamente ajenas a mi cultura y tocar temas banales que llevaban a discusiones acaloradas por acción del licor, danzas extranjeras que incluían peligrosas hazañas con fuego y malabares, orgías con inacabables y variados alimentos igualmente foráneos. No puedo negar que tales entretenimientos eran de mi agrado, siempre ha llamado mi atención el descubrimiento de nuevas culturas y la fusión de las mismas, mas a pesar de ello hubiese preferido sacrificar todo por un atardecer a su lado, conversando y disfrutando de los placeres más simples, los que se vuelven portentosos si se realizaban en su compañía.

“¿Está bien? Se le nota distraído” es la frase que más había escuchado últimamente, cuando me encontraba rodeado de personas, algo en mi semblante les dejaba entrever que no me encontraba del todo bien, que me sentía inconforme y solitario, que si a ellos les llena enfrascarse en la cotidianidad ociosa, a mí no. Es molesto, de cierto modo, normalmente ningún mortal podría descifrar mi estado de ánimo con sólo mirarme, pero ahora la pesadez era tan alarmante que hasta ellos podían notar que algo no andaba bien, antes, el único encargado y capaz de leerme con una sola mirada, era mi Alejandro. Sin embargo, rápidamente lo pasaban por alto, si les contara mi aflicción nadie me creería, nadie me entendería, ellos me ven por allí, caminando, comiendo, bebiendo, en ocasiones hasta escribiendo en mi diario o con la mirada perdida en el vacío y probablemente creerán que soy parte de ellos, nada más un poco meditabundo en comparación con los demás.

Otros, recelosos, envidiosos, al verme lejos del emperador, pensarán que le he fallado o que mi carga es demasiado pesada y se burlarán de ello a mis espaldas. ¡Qué hagan lo que les plazca! En mi ira suelo pensar que no he decidido ser el confidente de tan venerada y a la vez detestada figura, ha sido todo circunstancial, mas lo pienso no porque me pese, sino porque me pesaría que fuese diferente ¿qué sería de mi vida si Alejandro hubiese decidido elegir a otro para tomar mi posición?, a veces me asalta una terrible paranoia, luego pienso: ¿tenía él elección?, ¿acaso no elegimos los dos? Sí, ambos nos escogimos desde muy temprana edad, nadie más estaría a su lado si yo no existiese, si nuestros caminos jamás se hubiesen entrecruzado. Me calma pensar que el destino nos ha unido, que en verdad somos uno solo, una misma alma y un solo corazón habitando dos cuerpos, que soy tan Alejandro como él… Y luego vuelve la paranoia ¡oh, mi estimado! necesito de su presencia, de sus palabras mesiánicas para calmarme.

¿Por qué me ha evitado por tanto tiempo? Su ausencia sólo me incrementa las dudas, en ocasiones siento que estaría mejor con otra persona en mi lugar, que no soy digno de su afecto, que alguien tan grande como él merece una mayor calidad de acompañante, una mayor devoción, un mejor trabajo, inclusive en asuntos estratégicos. Aún recuerdo sus palabras, me hacían ver que muchas personas pueden tener distintos puestos y estar a su alrededor, sin embargo yo, de entre todos, era aquel que más funciones cumplía y además, el más importante de todos. Sin duda para mí Alejandro representa lo que más amo en este mundo y pienso, ¿me verá él igual?, ¿por qué yo?, ¿tan sólo porque he sido el que ha decidido quedarse, el que ha decidido confiar en él y seguirlo fielmente? No me basta con ello, deseo explotar todos los sentires a su lado, con la mayor intensidad que un ser humano sea capaz de soportar, mas no sé si él estará dispuesto a lo mismo. A veces sueno tan apasionado que temo, hay cosas más importantes de las cuales preocuparse ¿o no, carísimo amigo?

Temo tanto perderlo, que se mezcle con el mundo que tanto anhela poseer y se olvide de su eterno amigo. Peor aún, temo que renuncie a su afán de conquista y se encierre eternamente en su tienda sin esperanza alguna ¿cómo puedo ayudarlo?, ¿por qué no puedo pensar únicamente en lo que le hará bien y asistirlo?, ¿por qué no puedo dejar de lado mis deseos y anteponer los de él? Quizás mis deseos y los suyos son los mismos, aun si cuenta no me he dado. En todo caso nada puedo hacer, no me creo capaz de sacarlo de su letargo, estoy consciente de que hasta preferiría hacerme a mí dirigir los asuntos por ahora, al fin y al cabo soy su mano derecha y puedo continuar con su labor. Mas no deseo eso, deseo que salga de allí y se reúna conmigo de nuevo, sé que los dos podremos lograr lo inimaginable.

Es muy temprano, el sol ni tan siquiera se ha atrevido a asomarse y acá me encuentro, escribiendo en este puñado de hojas a pesar de la escasa luz, contándole al papiro lo que no me he atrevido a relatar ¡que los dioses me amparen si estas letras llegan a ser leídas por alguien ajeno a mi persona! Demasiados secretos, hechos y pensamientos que me harían ver como alguien débil y no como el fuerte hombre que debo ser para compartir la carga junto al poderoso hijo de Zeus. No es el día de mi natalicio como para darme el lujo de pedir favores divinos, no obstante es una fecha importante para mi Alejandro ¡si tan sólo él se alzara en plegarias a los cielos! Quizás algún dios lo escuche y lo haga retomar las fuerzas, buscar consuelo a mi lado y salir adelante juntos, hasta conquistar el más elevado de sus anhelos. Constantemente busco salvarlo y termina siendo él quien me ampara primero, ahora mismo seré humilde y pediré por lo menos que él me consuele y, quizás, estando yo en condiciones adecuadas, pueda ayudarle como retribución a la ayuda brindada.

En las noches es cuando más me abruma el abandono… El sol se esconde tras el horizonte y no está él a mi lado para iluminarme: “Siempre te he comparado con el Sol, Alejandro”.

Abrí los ojos, en determinado momento me quedé dormido, lo primero que divisé fue el horizonte siendo iluminado por la dorada circunferencia que anunciaba un nuevo día, sentí calor en mi pecho, tan intenso que quemaba como el fuego, me hacía sentir una completitud que contadas veces en la vida se experimenta, sin embargo no logré comprender a qué se debía y dirigí mi mirar del cielo a mi pecho. Aposentado en él pude vislumbrar un amuleto, tan brillante como el mismísimo Sol, iluminado por el nacimiento del mismo, en un inicio mis ojos no se habían adaptado al brillo, pero conforme fluían los instantes mis sentidos percibieron su forma, era aquella con la que popularmente se representaba la estrella mayor y su resplandor se debía al precioso metal con el que había sido creado.

Pasé de estar recostado en el césped a sentarme, lentamente, aún aturdido y con el punzante ardor en mi piel, al moverme la preciosa reliquia inscrita en mi torso no se movió de su lugar, me pareció inusual y llevé mi diestra hasta el dije, tocándolo apenas con dos de mis dedos, extrañamente no me quemó, más bien ocurrió otro hecho insólito: la joya emitió un sonido crepitante, como el de las flamas al devorar madera, movido por la curiosidad la observé, sin mover los dedos de su lugar, notando así como el sol de plata se encontraba partido por la mitad, no había llegado al punto de la separación, mas podía notar una grieta vertical y contundente, que sin duda, con algo de presión, podría ceder y lograr así la creación de dos colgantes.

Jamás comprenderé tan sobrenatural evento, aunque no necesita ser interpretado, notoriamente los dioses escucharon mi plegaria y me proveyeron de un presente inmejorable para él, lo que ambos pendientes representen no puede ser determinado únicamente por mí, sino por nosotros, esto es sin duda una muestra física de nuestra particular relación, de las promesas implícitas, de la lealtad y de la pertenencia mutua que poseemos. De esta manera siempre llevaré conmigo una parte del Sol, para cuando Alejandro esté lejos… y él, a su vez, cuando sienta la presencia de mi obsequio junto a su corazón, recordará a su amado, así, si en determinado segundo llegara a sentirse solo, o incompleto, podrá buscar en mi compañía la calma, la completitud, podremos ser uno por una velada o por el resto de los días que nos queden de vida.

La providencia no me dejó elegir qué concederle en su aniversario, porque me entregó el objeto ideal; yo por mi parte estoy dispuesto a sincerarme ante él y mostrarle mis memorias. Así que estas palabras son también para usted, mi Sol y mis estrellas en el firmamento, formemos un pacto silencioso e incorruptible esta tarde, ampáreme y lo ampararé, no tema, es usted capaz de todo lo que se proponga y si alguna vez su temple llega a flaquear, su otra mitad estará acá para levantarlo, pese a que eso signifique mi caída.


22 de noviembre del 2012.

martes, 6 de noviembre de 2012

Dear Cassandra




No podía dormir, a pesar de las varias capas de oscuridad que le proporcionaba a mi vista, ya que no bastaba con la delgada tela de mis párpados para ocultar la claridad, requería también de un lecho apropiado, cerrado, donde nadie pudiese irrumpir en mi paz, agregando, además, un cortinaje que no dejaría filtrarse ni la mínima gota de luz. Aún así no podía descansar, trataba de ocultar por métodos externos problemas interiores, aunque el silencio y la penumbra fueran sepulcrales, el caos habitaba únicamente en mi mente, en mi subconsciente, en sueños que no podía callar y que constantemente evocaban la imagen de su rostro.

Desistí, una a una fui retirando las barreras contra la luminiscencia y busqué, aún medio dormido, por todas las habitaciones de nuestro hogar, a mi compañera. Siempre silenciosa, en ocasiones donde quería hablarle y no hallaba su compañía solía pensar que, si se lo propusiera, podría engañar hasta a mis más agudizados sentidos y no dejarse ver. Pero últimamente prefería instalarse en alguna de las innumerables habitaciones que andar afuera, en comunión con la naturaleza, su madre tierra que tanto adoraba y a la que debía su inspiración y su fuerza. Jamás la comprendí, aunque fuese de mi agrado contemplar las montañas, los ríos, las plantas y demás creaciones, siempre las preferí bajo una capa de niebla y acompañado de algún ser de mi adoración, sino nada significaban para mí.


Todas las cortinas se encontraban cerradas, a pesar de la inutilidad de ello, puesto que el débil reflejo del sol ya daño no nos podía causar, pero era tan sencillo, bastaba con un chasquido de dedos para que instantáneamente se encontraran en ese estado. Tan simple hecho confería a la casa un ambiente nostálgico, nos hacía pensar en nuestra época de neófitos, casi como el degustar de un alimento que nos agradaba cuando éramos niños, ya en nuestra etapa adulta. Lástima la inexactitud de la metáfora, porque para nuestros paladares era difícil encontrar similitud entre un banquete y otro, por lo que debíamos encajonar esos sentimientos melancólicos.


Aún no la encontraba, de seguro no deseaba ser molestada, llegué a pensar. Pero justamente cuando mis pensamientos saltaron de esas palabras a las siguientes mi vista fue capaz de percibir su estadía en uno de los sillones junto a la chimenea. Tan quieta, inmóvil, con un libro en la mano y la vista clavada en las palabras, sus manos de dedos largos y finos sostenían el gran tomo sin demostrar esfuerzo alguno, una escena tan habitual, como que si aquellas delicadas palmas hubiesen nacido con un texto inscrito en ellas. Sus cabellos de ébano yacían totalmente de lado, sobre uno de sus hombros, el fuego le concedía un brillo casi sobrenatural, que le proporcionaba chispas rojizas casi imperceptibles, sus ojos amarillos brillaban con intriga mientras seguían a velocidades sobrehumanas las letras de aquellas páginas que se pasaban sin acción física aparente. No osé interrumpirla, menos para molestarla nuevamente con mis problemas recurrentes, con esa eterna falta de sueño, con esa versión menor de dificultades en las que ella misma se encontraba.


Tampoco dormía, pero nada me decía, al cubrir sus hermosos iris de la luz también se amontonaban en su visión imágenes de ella, aquella dama que tanto extrañaba y que tanto amaba, pero ella sufría, día a día, sin dejar que ese sufrimiento la invadiera al punto de la inactividad, de la ineficiencia, sino más bien utilizaba aquellos sentimientos como combustible, como inspiración y eso le permitía seguir adelante con sus sueños. Nuevamente, jamás la entendí, yo me dejaba embargar por aquellas sensaciones destructivas, consumían toda mi energía, me dejaban en un estado de inapetencia por la vida y no deseaba más que dormir un siglo entero, pero ya descansar no era reconfortante para mí, en ocasiones se tornaba peor que estar despierto. El único consuelo que tenía era su compañía y su consejo, sus palabras tranquilizadoras, su asesoramiento mitad realista, mitad soñador… Las letras que se vertían como agua bendita desde sus labios hasta mi razón, brindándome tranquilidad.


Nunca encontré cómo agradecerle, la invité a mi morada, le proporcioné los festines más exquisitos que alguien como ella hubiese podido desear, le brindé la biblioteca más completa que un alma intelectual pudiese imaginar, los mejores ropajes, los entretenimientos más sublimes, los placeres más elevados, así como los más carnales. Cuando quería desaparecer por una temporada, fusionarse con lo natural, causar sus propios desastres, cazar su propio alimento, encontrar deleite mediante las maneras más atroces, desacomodar su cabello, colocarse ropa cómoda y huir por meses, por años, también se lo permitía, sé muy bien que ante todo ella es libre, de entre los que he conocido la que más cumple con tal característica. Aunque fuese difícil para mí, un ser tan posesivo, tan egoísta, sabía que nada podía hacer y que a pesar de su ausencia y de mi subsecuente soledad, en su corazón aún habitaba mi imagen y jamás se borraría con el paso del tiempo.


En verdad, reitero, aún no encontraba como retribuirle. En ese mismo instante tuve un ardiente impulso de abrazarla y me dejé llevar, al siguiente abrir de párpados me encontraba delante de ella, de rodillas, con ambos brazos extendidos hacia adelante rodeándole la esbelta cintura de la que era dueña, con la cabeza recostada en sus regazos, vertiendo carmesíes lágrimas que se depositaban en la negra tela, desapareciendo. Mis sollozos causaban un convulso movimiento en mi cuerpo y mis uñas se aferraban a la efigie de mi tan querida compañera, con fuerza, pero no tanta como para estropear el tejido de su exquisito atuendo. Ella, sin desconcertarse, colocó el libro en una elegante mesita que se encontraba a su derecha, en dirección a la chimenea y, seguidamente, hundió sus perfectos dedos en mi rojiza cabellera, peinándola con una ternura, con un cariño, que no pudo evitar traer a mi mente el recuerdo de una ya sepultada sensación, la que me causaba mi madre, o mi hermana, ya no lo sé, cuando me acariciaba de esa manera mis cabellos.


Al cabo de unos minutos levanté la vista para contemplar su rostro, como que si fuese una estatua de marfil me miraba, con aquellas facciones que tanto idolatraba, que tan familiares eran para mí. Ya la humedad de mi rostro había desaparecido y, como si fuese contagioso, ahora se encontraba en los rasgos de ella, no pude soportar la visión, de repente el fuerte era yo y ella poco a poco se había fragilizado. Me levanté y a ella junto conmigo, presionándola firmemente contra mi figura, abrazándola aún de la cintura y acomodando su rostro en mi hombro, dejándola sollozar libremente por todo el tiempo que desease, hundiendo ahora mis garras en sus elegantes rizos, tirando de ellos con sutileza, para luego soltarlos de manera imperceptible y repetir el proceso. Luego de aún más tiempo, fijó su mirar en el mío, sonriendo con levedad, no con sus labios, pero con sus embriagadores luceros, acercó su boca a mis pálidas mejillas y depositó un largo beso en cada una, tan intenso y cálido, que algo dentro de mí se fundió y causó que las lágrimas recorrieran nuevamente mi lienzo, pero ahora en el mismo se dibujaba un gesto de felicidad, de completitud.


-Gracias- la escuché decir, a mi oído, con esa voz que tantos recuerdos me traía… y agradecí por el día en el que la conocí por primera vez y a la providencia por haberme entregado a mi amiga, a mi consejera, a aquella cuya experiencia era tan compatible con la mía convirtiéndola en el único ente capaz de guiarme en tan difícil experiencia, en tan complicado mundo. Sin duda una eternidad a su lado sería perfectamente soportable, tan estoica, tan calmada, estable en su inestabilidad y balanceada en su dualidad, sin duda, pensé, será ella la que permanecerá a mi lado por el resto de mi existencia, siempre y cuando esté en mi voluntad amarla y aceptarla tal y como es, poderosa y deslumbrante Cassandra.

domingo, 29 de abril de 2012

Tarde a solas

A veces me pregunto por qué no puedo convertirme en un ser conformista, que sea feliz con lo poco que tiene, alguien menos caprichoso, que pueda desear menos y anhelar el alcance de metas más viables. En épocas de pérdida, como la actual, no hay segundo en mi vida en el que pueda dejar de pensar en lo que tuve y perdí. En lo que tuve y perdí, jamás recuperable, nunca reemplazable, desearía detener mi corazón que late por lo que desea, por más ridículo que este deseo suene para la mente. Y ésta, siempre indetenible, no deja de martillear mi existencia con pensamientos, uno tras otro, incesantes, alimentados aquellos por los latidos de mi inconforme corazón.

Entre lágrimas me preguntaba, unos minutos atrás ¿por qué a veces deseo estar muerto?, ¿por qué si a veces deseo estar muerto, cuando estoy vivo sigo exigiéndome, continúo albergando la esperanza de ser feliz?, ¿por qué no puedo simplemente aceptar que estoy muerto en vida?, ¿acaso la vida y la muerte son tan incompatibles?, ¿no pueden ir de la mano? Yo, tan cobarde, no puedo arrancarme esta fútil existencia, por temores humanos, nada más que eso. Y yo, tan soberbio, tengo mis arranques de inspiración en los cuales me creo capaz de lograr lo inimaginable. Detestada ambivalencia, variabilidad, inconstancia ¿por qué no soy capaz de mantener un pensamiento fijo? Las ideas en mi mente luchan entre sí, unas claras, unas oscuras, pero sin jamás llegar a la conciliación.

Por unos instantes pensé tener compañía, abrí la puerta y donde visualizaba una silueta: No había nadie. Le diría que me sentía triste, mientras me enjugaba las lágrimas. ¡Que fuésemos a conseguir un cigarro o un café, o un cigarro con un café! Quizás así podría despejarme y al concluir el pequeño paseo, sería capaz de concentrarme nuevamente en mi diario vivir, alejaría todo fantasma de las reflexiones pesimistas que poblaban mi razón. Pero, como mencioné anteriormente, no era más que una ilusión. Esto ya se me está saliendo de las manos ¿qué estado extremo es éste, en el que siento presencias donde no las hay? Daría la mitad de mis recuerdos a cambio de un poco de independencia, daría la otra mitad a cambio de un puñado de amigos imaginarios que me harían prescindir del contacto humano real. Y así, borraría mis memorias y sería autónomo, casi alcanzando la perfección.

Entre todo aquel caos ocurrido hace poco, recordé que hay una ventaja en llorar, aparte de la más conocida (aquella en la que la pesadumbre es vertida fuera de nuestro cuerpo en forma de salinas gotas). Una casi morbosa curiosidad me ha embargado en múltiples ocasiones: mientras sollozo o justo después de que he terminado de hacerlo, me asomo al espejo y miro mi rostro. Detrás de la humedad y del carmesí-esmeralda de mis ojos, veo belleza, una muy trágica, pero por la misma razón pasa de ser encanto hasta casi convertirse en sublimidad. Quizás va de la mano con la teoría purificadora, ya que al librarse de la aflicción, el cuerpo agradece mostrándose radiante. De todas formas es un misterio que jamás comprenderé, misterio será y mejor así.

Las campanadas a la distancia me hicieron despertar del letargo, del estado casi opiáceo en el que tanta miseria auto infligida me había dejado. Continúo solo entre cuatro paredes, pero de un momento a otro logro distinguir un rayo de luz a la distancia. Al fin y al cabo soy un humano, nada más, que necesita de ciertas drogas que puedan librarlo del dolor, en esta tarde no necesité de las más convencionales, sino de una que había dejado hace tanto tiempo hasta el punto de haber olvidado su efectividad. No he cambiado, sigo siendo el mismo, las mismas armas continuarán surtiendo efecto en mí, así como las mismas medicinas.


29/04/2012

jueves, 24 de noviembre de 2011

To my dark messiah

De entre mis cualidades más preciadas (y a la vez detestadas) existe una que sobresale entre las demás, aquella manía antojadiza capaz de abatir al más alborozado de mis ánimos, ese capricho de desear ver al mundo moverse al compás que mi interés considere más armónico. ¡Esta condición no me permite ser libre! Inconforme recorro los senderos de mi existencia, reformando lo que esté a mi alcance, regocijándome con los ansiados resultados.

Sin embargo, mis singularidades se enfrentan dejándome atado de manos en diversas ocasiones. ¡Desearía sobreponerme a ese desgano, a esa cobardía que me impide revoluciones instituir! Pero las costumbres permanecen tan arraigadas al hombre como su mismísima piel, sólo unos pocos perseverantes son capaces de modificar su esencia hasta convertirse en su ideal y he de admitir que a tales individuos debo yo mi entera admiración.

Más no es conformismo, hay una razón por la cual permanezco inamovible: la providencia, si mi memoria es tan exacta como solía ser, el destino parece favorecerme con constancia. La vida me entrega lo que ambiciono, con la sola acción de desearlo consciente o inconscientemente. Más no por arte de magia, como se podría concluir, sino dándome las armas necesarias para el rotundo éxito de mi designio. Y de manera casual, luego de varios intentos de encuentro, tuve el privilegio de conocer y el honor de acompañar, al que es y será el pintor de mi anhelada realidad.

¡Y ahora que está a mi lado temo, me aterroriza el día en el que por algún motivo ya no sea parte de mi travesía! Las fechas destacadas de cualquier carácter no infunden en mí alegría, sino lo contrario ¡Y soy consciente de que muchos lograrán comprenderme! ¿Qué es un aniversario más que un año menos entre los que restan? Estoy seguro que mi estrella en el firmamento, esa que me ha brindado tan buena fortuna, decidirá apagarse en determinado momento. ¿Y si decide llevarse, de entre las joyas que me ha obsequiado, a la más preciada?

¿Qué sería de mí? ¿Qué sería de mi gris futuro donde implacablemente me aguardará una tragedia tras otra? Si me despojasen del que, con la utilización de sus propias armas, forjará mi esperado porvenir ¿Valdría la pena continuar viviendo, luchando en este lugar donde las esperanzas se pierden al nacer?

Por eso hoy rezo a los dioses, aunque en lo profundo de mi ser esté enterado de que no me escucharán, pidiéndoles que le otorguen una larga existencia, llena de valerosas hazañas y de disruptivos logros que serán recordados por centurias. Y que, por sobre todas las cosas, sin importar lo egoísta que mi plegaria suene, me permitan continuar permaneciendo a su lado.

Ruego también, que la visita del ruin ángel de la muerte, no signifique el absoluto final.


22/11/2011