Es bastante incómodo eso de enemistarse con alguien que amamos de manera permanente, tener que tragarse las palabras, jamás enunciarlas, pero darles vuelta una y otra vez en la mente, de manera constante, obsesiva, enferma… ¡Por Dios! En el tren, en el carro, en las aceras, antes de dormir, en medio de una obra de teatro, una interpretación musical o un libro. Que cualquier maldita frase que leas te haga repasar el discurso que jamás será pronunciado. Frente al espejo, mientras estás en el baño… Olvidar lo que se sentía concentrarse en la página de una novela o de un texto académico. Antes era facilísimo, al leer me perdía en el mundo que se me presentaba ante mis ojos, en el mundo de las ideas, en la reflexión que me separaba de la realidad que vivía, ahora no me es posible, es más que imposible separar mis pensamientos de mis vivencias.
Lo único que me salva es la inconsciencia del sueño, hace unos años el imaginario de mi mente se desgarraba al unísono con mi ánimo al despertarme, aquellas fantasías me prometían un excelente porvenir, o me transportaban a otros tiempos donde todo parecía feliz, tan feliz, que era ridículo revivir en un mundo donde ni parecía existir una definición verosímil de tan ideal alegría. Lo bueno es que, de a pocos, mis sueños dejaron de ser tan idílicos y comenzaron a presentarme escenarios que ni el más desdichado de la tierra podría considerar como envidiables. Así el sueño era ahora mi refugio, ya que todas esas desgracias me parecían tan ajenas al despertarme que no me afectaban, apenas si podían ser interpretadas (y si no las entendía, me daba exactamente igual). Aún si aparecía tu cara como la de uno de los personajes, con o sin tu personalidad, o si aparecía tu personalidad materializada allí, sin tu rostro. Se me hacía tan normal, tan poco angustiante despertarme y darme cuenta de que ya no podía ni enviarte una carta contándote de mis peripecias y bendiciones sin que la tomaras entre tus manos y la rompieras en mil trozos.
Normalmente si le contase mis pensamientos a una amistad, aún si me dispusiera a divagar en voz alta ante la persona a la que más confianza le profeso, lo único que obtendría sería una respuesta del tipo optimista, o por el contrario, pesimista: “Ya se volverán a hablar, dale tiempo a que se le pase el calor de la cabeza” o “Pues ahora te tocó aguantar, vos te lo ganaste porque sos un desgraciado que no sabe tratar ni querer a la gente”. Lo que más me pesa es estar de acuerdo con la segunda opinión, y es que sí, jamás me volverás a ver en tu vida, porque cuando lo arruino con alguien, lo arruino de veras. Porque cuando me odian, me odian bien, eternamente, de una forma irreversible. Mi pensamiento siempre se queda clavado allí por lo que parecen años ¿por qué soy tan detestable? (y entiéndase detestable como un individuo al que es fácil detestar), y de la mano con ello ¿por qué soy tan amable? Entendiéndose, de nuevo, de la misma manera. Pues y seguro un asunto está relacionado con el otro ¡yo qué sé! Del amor al odio hay un paso.
En ocasiones se me antoja chasquear los dedos y mediante tal acción hacer desaparecer a todos los psicólogos mediocres del mundo, le han hecho pensar a las personas que hay comportamientos, que si se repiten con cierta cadencia, pueden ser considerados como nocivos. A veces ni son acciones, tan sólo pensamientos, es por ello que existirá siempre una posible tercera opinión ante mis divagaciones, la más detestable de todas: “Deje ya de pensar en ello y siga adelante con su vida, eso de andar pensando siempre lo mismo no es sano” y esos mismos que me aconsejarían eso, al dejar de hablar conmigo, volverían a ahogarse en su mente obsesiva o vacía, una de dos, pero jamás las dos. ¡Qué hipócritas! Y luego me tachan a mí de hipócrita.
Hipocresía: una de mis características, nada logro con negarlo. ¿Cuántas veces me lo han afirmado aquellos que más me conocen? Pero otros, más bien, fingen ser sordos cuando se les hace tal advertencia respecto a mí. En mi defensa alego que no soy propiamente hipócrita, sólo malinterpretable, seguro y adorno mucho mis discursos, con flores de dulce aroma o con plantas de copiosas espinas, depende. El cambio sorprende a mis seres queridos, mas si para ellos fue una sorpresa, para mí no debería serlo, al fin y al cabo ¿cuántas veces ha pasado? Aunque le diga a mi amada: “No nos hagamos promesas, nunca ha resultado bien eso en mis relaciones pasadas”, termino haciendo una promesa implícita, fortísima, poderosa. El hecho de que no sea pronunciada, que sea etérea, crea, al parecer, un contrato no hablado entre las almas. ¿Por qué? Nunca fue mi intención, al menos no la de mi ser consciente ¡qué sé yo sobre las intenciones de mi alma! O al menos, las de aquellas partes de mí que no considero tan mías como mi razón.
Aquellos que me dejaron me abandonaron por lo mismo: mi “doble cara” y mis mentiras, o en su defecto, mi costumbre de ocultar la realidad. Aún recuerdo cuando tu tierna voz me hizo prometer, aunque no me guste hacerlo, que trataría de cambiar mis defectos para no fallarle más a quienes aprecio. ¿Ya para qué, bella mía? Si ya te perdí a vos. Los demás que me quedan saben bien cómo soy. Recuerdo que ante esto, alegaste “pues creías tener a unos para siempre a pesar de que te conocían, pero llegaron a irse igual” mas no, no es cierto, ellos no me conocían como llegaste a conocerme vos o como me conocen los que aún están conmigo. Si se van, que huyan prontamente, me es más importante dejar de ser hipócrita que conservarlos mediante mentiras y verdades a medias. El problema recae en que pocos me aceptarán tal cual soy en la vida y, probablemente, quedaré solo en algún momento de mi mediana adultez ¡ya qué! Nadie se muere por estar solo, mas yo me moriría por dentro al seguirte mintiendo a vos y al resto.
“Soy insoportable, mi niña, lo soy...” me atrapé sosteniendo el rostro de mi gato, perdido en sus ojos amarillos, imaginando que eran los tuyos. El felino me miraba desconcertado, mas no se retiraba de la cuenca que formaban mis manos, solamente observaba mis ojos y mi boca mientras conversaba con él, creyendo en mi delirio que podía entenderme, confesándole horribles pensamientos que no iban a tener trascendencia, pero que para mi mente, la tenían. Cuando guardé silencio, notando la situación en la que estaba, él profirió un leve maullido, como diciendo “continúa”. Me prestaba atención, curioso, deseoso de que continuara enunciando mis revelaciones. Si tuviese una pizca de supersticioso (y la tengo) hubiese creído que mi gato estaba teniendo una posesión en estos momentos, o que, al menos, estaba sirviendo de médium. Sin embargo, la verdad era simple: al contarle a alguien lo que tanto me guardaba, aunque no me entendiera, pasaba por un proceso de liberación mediante el cual, quizás, podría librarme de esos pensamientos acosadores que no me dejaban seguir.
Solté a mi mascota y tomé, de una mesita, el reloj de bolsillo que me habías regalado una de las últimas veces que nos vimos. Comencé a moverlo de manera oscilante frente a él, jugando a la hipnosis. El gato seguía agudamente con la mirada el objeto que se movía ante él. Yo también. Eso bastó para arrancarme de la realidad y hacerme continuar la confesión. Después de pelearme con vos compré un libro, sabés de mi costumbre por identificarme con alguno de los personajes y de, a continuación, percibir a mis conocidos como algunos de los que se relacionan con él. Con esta novela en particular no fue tan fácil al inicio, detesté al personaje principal, pensé que si lo tuviese en frente le diría: “Oh, infeliz, frío, egoísta, infiel, desalmado, obseso, demente, te vas a quedar sólo en la vida, no podés ni entregarte a una mujer, apenas alguien te quiere, te asustás y huís” primero lo identifiqué con cierto amigo mío, luego analicé la situación y me di cuenta de que no, no se parece a él, se parece a mí, ese maldito al que tanto odié. Bueno, al final concilié mis opiniones diciendo que se parece a ambos, tomando unas de sus características y otras de las mías, bien se podría formar al protagonista. Y la pobre de vos, que tanto nos querías ¿cómo castigarte con nuestra constante presencia? Te quise dar a entender que no te convenía la situación, que, por ahora, todo parecía bien ¿por qué?, mi niña, ¿por qué sólo podés ver el presente, sentir el presente?, ¿por qué te entregás tanto?, ¿por qué, principalmente, confiás tanto en los que amás? A sabiendas de cómo son, porque lo sabías, mi bella, ¡lo sabías!
Aunque medio planeta te tache de impulsiva, aunque te acusen de basar tus decisiones sólo en lo que sentís, sé que una parte tuya puede prescindir de todo sentimentalismo y emoción, pensar fríamente, mediante la lógica, lo que conviene y lo que no. Esa parte de vos sabe, inclusive, cómo reaccionarán tus sentimientos y tu estado de ánimo, ante x o y situación. Tu yo “lógica” puede concluir, igualmente, que muchos de tus sueños no se verán jamás cumplidos y que podés conformarte con menos, a sabiendas de que eternamente te dolerá, pero podrás soportarlo. Quizás podrás estar más feliz que triste, pero cargarás con ambos sentires por siempre, según tu parte lógica eso siempre será así, jamás serás enteramente feliz, lo sabés. Pensabas que conmigo podías evitar algo de sufrimiento ¿estás segura de ello? Según mi perspectiva, como sólo sabés sufrir, no conocés lo que es la felicidad. Te escapaste de las manos de un infeliz que aparentaba amarte mucho, para caer en las manos de otro y luego oscilar entre ambos, como el péndulo. Me desperté del trance y terminé el pensamiento en voz alta, colocando el reloj suavemente en mi cama: Corrés hacia mí para salvarte de él, luego buscás sus brazos de nuevo para que te consuele del daño que te causé, pero entendé, mi niña, estás corriendo en círculos, ninguno de los dos te salvará, ninguno te dará lo que realmente querés, te conformás con ser amada a medias porque sólo a medias te han querido, mi bella, mi bella, merecés más.
Y cuando al fin dejes de ser mi niña, la niña de él y te convirtás en la luz de alguien que dé todo por ti, que te abrace, te dé cariño y te atienda tal y como lo merecés, será cuando comprenderás lo que es ser feliz y podrás decir, con toda propiedad: renuncio a mi felicidad. ¿Llegará ese día? No lo sé, pero no encontrarás jamás tal entrega en mí, ni tales atenciones. Soy hedonista, egoísta, me amo sólo a mí mismo, soy cambiante, caprichoso y veo a todos aquellos a mi alrededor como medios. ¿Te amé? A mi manera, sí, te amé como a muy pocos he amado en la vida, pero ¿qué es amar?, ¿amas como yo o amas ciegamente? Pues te respondo, mi bien, no sos diferente de mí, como no te di lo que esperabas, te despediste de mí, preferiste quedarte con las manos vacías que tenerme a medias, preferiste que mi corazón te olvide antes de tener una parte de él. Y así será, hermosa que fue mía, no te puedo ofrecer el cielo, no puedo ser tu ángel ni salvarte.
Perdoname, perdoname, por crearte ilusiones falsas que creé/no creé a propósito/sin querer, vos sabés que no era mi intención lastimarte, vos sabés que se me dan bien las relaciones de uno a uno, pero cuando se involucran más partes, me confundo y busco cómo renunciar… ¡Vos sabés! Siempre lo supiste. Oh romántica, oh soñadora, te acusé de no conocerme, pero ¡maldita! Me conocés bien, sabías que todo esto pasaría. Ahora, finalmente, te arranco los sueños aunque me duela, aunque te duela. Pero vamos, pequeña, la vida te sonreirá de nuevo, confiá en mí una última vez. Cuando conozcás la felicidad real, y sabrás cuándo, ven a buscarme de nuevo, o no me busqués, vos sabrás si mi presencia ayudará a exaltarla o a arruinarla, y, dependiendo de eso, decidirás.
El gato me volvió la mirada y brincó de la cama, caminando indiferente hasta el marco de la puerta más cercana. Yo, cansado por lo que acababa de ocurrir, abracé mi almohada y caí inmediatamente rendido ante el sueño, con la imagen de tu rostro en mi memoria, desvaneciéndose poco a poco.
“Sé feliz por mí, suena absurdo, pero ¿vos sabés? Es más probable que lo logrés vos que yo. Luego comprenderás, hasta entonces, tenés derecho a pensar que soy un idiota, sin más me despido, cuidate”.
Bah, estoy loco.